viernes, 13 de diciembre de 2013

¡Vámonos al cine!




Me gusta el cine.  Siempre me ha gustado, la pantalla grande, la oscuridad, hace que las historias que se proyectan se vivan de otra manera.  Por eso me hacía mucha ilusión ir al cine con mis niños, y esperaba con impaciencia el que fueran lo bastante mayores para poder hacerlo con garantías de que estarían mínimamente quietos y pudieran disfrutar de la peli.  Es lo que parece más sensato, ¿verdad? Pues no para todo el mundo, que está claro que “hay gente pa’tó”, y yo he visto llegar a unos padres entusiasmados al cine con su bebé de menos de un año, con carrito y todo, y pretender que la criatura apreciara en todo su esplendor la magia de Disney.  Y claro, la criatura empatizaba más bien poco con los anhelos paternos…

Cuando cumplieron tres años, decidimos que ya podíamos intentarlo, así que escogimos una película de Winnie The Pooh, cortita, de apenas una hora, para estrenarnos en el asunto cinéfilo, y la experiencia resultó muy positiva.  En realidad, a mí me dieron ganas de clavarme un tenedor en la córnea a los 10 minutos de película, pero eso se debe a que aborrezco con todas mis fuerzas al osito de marras y no al desarrollo del experimento, porque mis niños se portaron como campeones y aguantaron toda la peli sentaditos y atentos.  Esto fue el pistoletazo de salida, y a partir de ahí creo que no nos hemos perdido una película de dibujos, es meterlos al cine con un paquete de palomitas y tenemos dos horas de diversión y relajo.  El nirvana familiar.  Además he de reconocer que yo soy la primera en proponer una salida al cine, me siguen encantando las películas de dibujos (siempre y cuando no impliquen a Winnie The Pooh o a Mickey Mouse), será que aún conservo mi lado más infantil.

A estas alturas ya hemos desarrollado nuestro propio ritual que consiste en, ir al cine con tiempo a por las entradas,  comprar palomitas para los peques (yo quiero la más grande, mamáaaaaaaaaa), esperar a que nos dejen entrar en la sala, preferentemente al borde de la apoplejía por el estrés de perseguir niños hiperexcitados que corren con un paquete de palomitas en la mano, entrar en la sala, buscar nuestros asientos, poner los elevadores en los de los niños y escuchar 200 veces “¿Cuándo empieza, mami?” “¿Por qué no empieza, mami?”, además de la consabida y clásica cancioncita “Que empiece ya….”.  Eso sí, apagan las luces y todo es emoción desbordante y atención a la pantalla.   Por supuesto, tenemos todo tipo de anécdotas, ya que mis niños se meten de lleno en la peli y lo dan todo en ese ratito.  Aún recuerdo cuando, hace dos Navidades, nos fuimos a ver El Gato con Botas, y sacamos por error entradas para la versión en 3D.  Mis niños entusiasmados con sus mini gafas al principio, y luego alucinados con los dibujos que salían de la pantalla, para pasar a encogerse en la butaca y asustarse por lo que se les venía encima.  El momento culminante fue cuando los malos encierran al gato en la cárcel  y Marcos se puso a llorar desconsolado gritando: “Yo me quiero ir de aquíiiiiiiiiiii”, mientras yo intentaba convencerlo de que seguro que lo rescataban y no pasaba nada, mientras intentaba aguantarme la risa para no ofenderlo. 


Las Navidades pasadas nos vimos todas las películas de animación que estrenaron, y estas vamos por el mismo camino.  De momento hemos empezado por “Frozen” o “El Reino del Hielo” , que nos ha gustado mucho a todos, incluido a Marcos, a pesar de que a priori pueda parecer una película más de niñas, por aquello de que hay dos princesas y demás.  Esta vez fuimos con una amiga y su niño, y era súper gracioso verlos a los tres, sentados bien formalitos y agarrados a su paquete de palomitas esperando que empezara la película.  Aunque esta vez el paquete era demasiado canijo y cuando apagaron las luces se oyó una vocecita indignada: “Hala, ahora que empieza la película me quedo sin palomitas”.  Afortunadamente, su amiguito llegó al rescate y ofreció a Marcos parte de su gran paquete de palomitas y así pudimos concentrarnos en la historia sin más incidentes.  La primera mitad de la peli es bastante musical, así que mi niña, que lleva el faranduleo y el arte en el cuerpo se dedicó a cantar todas las canciones.  ¿Qué no se las sabía? Detalle sin importancia, ella canta igual y se concentra en cuerpo y alma en la pantalla.  Y así pasamos la película, sufriendo con las princesas, riéndonos con el reno y el muñeco de nieve, animando al bueno al final y saliendo contentos por el desenlace.  ¿Lo mejor? Comentar con ellos la película viendo sus ojitos brillantes cuando te cuentan que pasaje les ha gustado más.  Si además acompañamos la conversación con unas pizzas con amigos, podemos decir que hemos tenido un día de cine perfecto.  La próxima seguramente “Lluvia de albóndigas”, con un paquete de palomitas más grande, eso sí.


EVA

1 comentario:

  1. Nosotros fuimos cuando Gabri tenía cinco años y Ángela dos y medio a ver Brave, la verdad es que mi niña aguantó como una campeona pero el problema es que es muy sensible a los ruidos fuertes y cuando salía el oso se acojonaba, acabó subida en mi regazo. Tb tenemos pendiente Frozen, a ver si vamos estas fiestas!
    Soy Conxi que no puedo entrar en mi perfil jaajajaj

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