Me gusta el cine. Siempre me ha gustado, la pantalla grande, la
oscuridad, hace que las historias que se proyectan se vivan de otra
manera. Por eso me hacía mucha ilusión
ir al cine con mis niños, y esperaba con impaciencia el que fueran lo bastante mayores
para poder hacerlo con garantías de que estarían mínimamente quietos y pudieran
disfrutar de la peli. Es lo que parece
más sensato, ¿verdad? Pues no para todo el mundo, que está claro que “hay gente
pa’tó”, y yo he visto llegar a unos padres entusiasmados al cine con su bebé de
menos de un año, con carrito y todo, y pretender que la criatura apreciara en
todo su esplendor la magia de Disney. Y
claro, la criatura empatizaba más bien poco con los anhelos paternos…
Cuando cumplieron tres años,
decidimos que ya podíamos intentarlo, así que escogimos una película de Winnie
The Pooh, cortita, de apenas una hora, para estrenarnos en el asunto cinéfilo,
y la experiencia resultó muy positiva. En
realidad, a mí me dieron ganas de clavarme un tenedor en la córnea a los 10
minutos de película, pero eso se debe a que aborrezco con todas mis fuerzas al
osito de marras y no al desarrollo del experimento, porque mis niños se
portaron como campeones y aguantaron toda la peli sentaditos y atentos. Esto fue el pistoletazo de salida, y a partir
de ahí creo que no nos hemos perdido una película de dibujos, es meterlos al
cine con un paquete de palomitas y tenemos dos horas de diversión y relajo. El nirvana familiar. Además he de reconocer que yo soy la primera
en proponer una salida al cine, me siguen encantando las películas de dibujos
(siempre y cuando no impliquen a Winnie The Pooh o a Mickey Mouse), será que aún conservo mi lado más infantil.
A estas alturas ya hemos
desarrollado nuestro propio ritual que consiste en, ir al cine con tiempo a por
las entradas, comprar palomitas para los
peques (yo quiero la más grande, mamáaaaaaaaaa), esperar a que
nos dejen entrar en la sala, preferentemente al borde de la apoplejía por el
estrés de perseguir niños hiperexcitados que corren con un paquete de palomitas
en la mano, entrar en la sala, buscar nuestros asientos, poner los elevadores
en los de los niños y escuchar 200 veces “¿Cuándo
empieza, mami?” “¿Por qué no empieza,
mami?”, además de la consabida y clásica cancioncita “Que empiece ya….”. Eso sí, apagan las luces y todo es emoción
desbordante y atención a la pantalla. Por
supuesto, tenemos todo tipo de anécdotas, ya que mis niños se meten de lleno en
la peli y lo dan todo en ese ratito. Aún
recuerdo cuando, hace dos Navidades, nos fuimos a ver El Gato con Botas, y
sacamos por error entradas para la versión en 3D. Mis niños entusiasmados con sus mini gafas al
principio, y luego alucinados con los dibujos que salían de la pantalla, para
pasar a encogerse en la butaca y asustarse por lo que se les venía encima. El momento culminante fue cuando los malos
encierran al gato en la cárcel y Marcos
se puso a llorar desconsolado gritando: “Yo me quiero ir de aquíiiiiiiiiiii”,
mientras yo intentaba convencerlo de que seguro que lo rescataban y no pasaba
nada, mientras intentaba aguantarme la risa para no ofenderlo.
Las Navidades pasadas nos vimos
todas las películas de animación que estrenaron, y estas vamos por el mismo
camino. De momento hemos empezado por
“Frozen” o “El Reino del Hielo” , que nos ha gustado mucho a todos, incluido a
Marcos, a pesar de que a priori pueda parecer una película más de niñas, por
aquello de que hay dos princesas y demás.
Esta vez fuimos con una amiga y su niño, y era súper gracioso verlos a
los tres, sentados bien formalitos y agarrados a su paquete de palomitas
esperando que empezara la película.
Aunque esta vez el paquete era demasiado canijo y cuando apagaron las
luces se oyó una vocecita indignada: “Hala, ahora que empieza la película me
quedo sin palomitas”. Afortunadamente,
su amiguito llegó al rescate y ofreció a Marcos parte de su gran paquete de
palomitas y así pudimos concentrarnos en la historia sin más incidentes. La primera mitad de la peli es bastante
musical, así que mi niña, que lleva el faranduleo y el arte en el cuerpo se
dedicó a cantar todas las canciones.
¿Qué no se las sabía? Detalle sin importancia, ella canta igual y se
concentra en cuerpo y alma en la pantalla.
Y así pasamos la película, sufriendo con las princesas, riéndonos con el
reno y el muñeco de nieve, animando al bueno al final y saliendo contentos por
el desenlace. ¿Lo mejor? Comentar con
ellos la película viendo sus ojitos brillantes cuando te cuentan que pasaje les
ha gustado más. Si además acompañamos la
conversación con unas pizzas con amigos, podemos decir que hemos tenido un día
de cine perfecto. La próxima seguramente
“Lluvia de albóndigas”, con un paquete de palomitas más grande, eso sí.
EVA
Nosotros fuimos cuando Gabri tenía cinco años y Ángela dos y medio a ver Brave, la verdad es que mi niña aguantó como una campeona pero el problema es que es muy sensible a los ruidos fuertes y cuando salía el oso se acojonaba, acabó subida en mi regazo. Tb tenemos pendiente Frozen, a ver si vamos estas fiestas!
ResponderEliminarSoy Conxi que no puedo entrar en mi perfil jaajajaj