Entre las muchas cosas que me ha aportado el pertenecer a
“Partos Múltiples” está mi amiga y compañera en la maternidad múltiple, Toñi, y
una de las cosas que más me gustan de ella, es su gran sentido del humor y las
expresiones tan graciosas y certeras que usa.
Así que hoy voy a hablaros de una de mis expresiones favoritas 100%
Toñi: los momentos ventana. ¿Y qué es un
momento ventana? Pues algo que todos los padres hemos experimentado alguna vez
(aunque no todos lo reconozcan), una de esas situaciones en las que tu retoños
se ponen tan imposibles, tan ingobernables, que te dan unas irresistibles ganas
de tirarte por la ventana. O tirarlos a
ellos. Afortunadamente, el arrebato pasa
y la crisis se soluciona con otro de los consejos de Toñi: kilos y kilos de
paciencia.
De modo que ahí van los “momentos ventana” más memorables
que recuerdo haber tenido con mis pequeños:
-
Tenían
en torno a 5 - 6 meses, era la hora del baño y yo estaba sola con ellos. Primero metí a bañar a Marcos, que empezó a
retorcerse como si lo estuviera metiendo en ácido sulfúrico. Comprobé la temperatura del baño, cambié de
esponjita, le canté…y nada, no conseguía que dejara de llorar, y llegué a la
conclusión de que al nene no le apetecía bañarse en ese momento. Mientras esto pasaba, María, que estaba en el
parquecito, lloraba a pleno pulmón, como si la estuvieran torturando, y yo no
podía ir a ver que le pasaba porque tenía a otro bebé berreante entre
manos. Recuerdo haberme puesto tan
nerviosa que me temblaban las manos.
Cuando finalmente corrí al salón con el niño en brazos envuelto en una
toalla para averiguar qué le pasaba a su hermana, vi que había tirado fuera del
parque todos los juguetes que tenía dentro, y quería recuperarlos, y como no
podía, pues gritaba al mundo su sufrimiento.
-
El
verano en el que cumplieron 18 meses nos aventuramos a irnos de vacaciones con
ellos por primera vez, así, sin red de seguridad ni ansiolíticos ni camisas de fuerza. Inconscientes. Nos alojamos en un aparthotel en una playa de
Tarragona, que supuestamente estaba fenomenal para familias, y al que nunca más
volveremos. Ni pasaremos cerca si quiera,
por si acaso. En un momento dado, los
niños habían terminado de comer y estaban muy impertinentes, así que los saqué
fuera mientras mi marido terminaba de comer.
A la puerta del restaurante del hotel había varios cochecitos de los que
funcionan con monedas para que los niños se montaran, a los que fueron
inmediatamente mis pequeños, por supuesto.
Se pusieron taaaaaaaaan pesados que decidí subirlos, pero en los 5
segundos que me costó montar a Marcos, María desapareció. Se me paró el corazón. Salí corriendo hacia el vestíbulo dejando a
Marcos en el cochecito, y la alcancé justo en la puerta del hotel, dónde había llegado
corriendo sin que nadie la parara. La cogí
en brazos, atacada de los nervios, y corrí de vuelta hacia donde estaba Marcos,
pero como estaba tan nerviosa, tropecé y me caí con niña y todo. Para que ella no se golpeara, le cubrí la
cabeza y no paré el golpe con las manos, así que me metí un señor
talegazo. Afortunadamente, cuando
conseguí volver, Marcos seguía tan contento en el cochecito. Me dio tal bajón del nerviosismo y el alivio,
que me flojearon las piernas y casi me caigo al suelo de nuevo. Justo en ese momento, salió mi marido del restaurante
tan contento…ahora que lo pienso, el momento ventana estuvo a punto de
convertirse en momento homicida.
-
Primavera,
ya habían cumplido dos años y estábamos en el parque con dos amigas mías y sus
niños. Por supuesto, querían correr y
jugar y no pasear en la sillita, así que los saqué y los dejé corretear. Después de un largo rato corriendo detrás de
ellos e intentando que no se me fueran cada uno por un lado, decidimos
volvernos y llegó el momento de sentarlos en la silla. No estaban muy por la labor y lloraban, me
daban patadas y salían corriendo en direcciones opuestas. Conseguí atrapar a Marcos, y atarlo en la
silla, a pesar de que se retorcía y se ponía tieso como un palo (seguro que sabéis
como os digo), y dejarlo en la sillita berreando a pleno pulmón. Me puse a perseguir a María, logré atraparla
y llevarla hacia la silla mientras lloraba y me daba patadas. Cuando la fui a sentar, se puso tiesa también
y me dio un cabezazo en la nariz, al más puro estilo Pressing Catch, que me
hizo ver las estrellas y me sacó de mis casillas, con lo que acabé dándole un
cachete y sentándola bruscamente, tras lo cuál sus lloros se redoblaron, cosa
que parecía imposible. Y así me volví
todo el camino a casa, con los dos llorando como locos y yo sintiéndome la madre
más incapaz del planeta.
Posteriormente ha habido muchos otros, aunque los que os
cuento los recuerdo como los peores, como aquellos en los que me hicieron
desear fugarme a algún país remoto y que no me encontrara nadie, o meterme en
un rincón, hacerme bicho bola y balancearme rítmicamente con la mente en blanco. Ahora mismo, los momentos ventana han pasado
a ser ventanita, y ya lo voy llevando mejor, pero sigue habiendo días en los
que me siento inútil e incapaz de educarlos bien, días en los que estoy tan
cansada y ellos tan revoltosos o peleones que me sentaría en el suelo a llorar,
días en los que mi hija hace la croqueta 6 veces en la misma tarde y mi hijo se
intenta partir el cuello 10 veces seguidas haciendo acrobacias y creo que lo
estoy haciendo fatal. Pero al final todo
pasa, todo se calma, y las reservas de paciencia van aumentando, y cada día
aprendo más sobre ellos, y sobre mí.
Y para cuando necesite de verdad, de verdad, escaparme,
siempre me quedará ese fin de semana en un balneario con mis multimamás, que
organizaremos cuando nos toque la lotería de Partos Múltiples. ¿Será este año?
EVA
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