viernes, 25 de octubre de 2013

EL MAYOR ESPECTÁCULO DEL MUNDO





El pasado día del Pilar, coincidiendo con el día más importante de la semana grande de Zaragoza, el padre de las criaturas y yo, que somos unos inconscientes nivel experto  todavía a estas alturas, decidimos que sería una gran idea llevar a las fierecillas a las ferias y al circo.


Así, sin arneses de seguridad ni nada.  Por supuesto, a los niños les pareció una idea genial y ya varios días antes se pusieron en modo “Salpicamás”, es decir, para los no aficionados a Los Simpson, repetían cada 10 minutos aquello de “¿Cuándo vamos al circo?”, “¿Vamos hoy al circo?” “¿Falta mucho para ir al circo?”…así hasta que estás al borde del aneurisma.


Llegó el sábado, y allí que nos fuimos, rumbo al paraíso de los niños y a uno de los infiernos de los padres.  Será que me hago vieja, pero entre la gente, las luces, el ruido y el griterío de las tómbolas, me atonto y acabo con dolor de cabeza.  En fin, nada más llegar, los niños se volvieron locos queriendo subirse a todo, peeeeero teníamos un presupuesto limitado.  Este año decidimos que la propina que les dan sus abuelos para el Pilar la iban a administrar ellos.  Cada uno decidiría en qué la gastaba, si en las ferias o en algún regalo.  Como siempre, cada uno reacciona de distinta manera: Marcos es un duro negociador que quiere sacar el máximo partido a cada euro: “Mami, quiero unos churros…pero los compras con tu dinerito, eeeh??? ¡No con el mío!”.  Ese día, en el que las ferias estaban a su precio normal (¡entre 2,50 y 3 euros cada viaje!), decidió que se montaba solo en tres atracciones y el resto lo ahorraba para cartas de Pokemon, su último y más amado tesoro, y para volver a las ferias el día del Niño, en el que las bajan a 1,50 y le cunde más la propina.  María es una manirrota, todo lo quiere, y cada minuto tengo que advertirle que se va a quedar sin dinerito y no le llegará para otras cosas.  Ese día, se dejó arrastrar por su hermano, que astutamente escogió las atracciones que más tiempo duraban, como los hinchables, y así estiraba más sus tres viajes.  Vamos que los estiró tanto que casi no llegamos al circo…

Una vez sentados en nuestros asientos, cerquita de la pista gracias a una promoción en la que si comprabas una entrada para un adulto acompañado de un niño, te regalaban la del niño  (que la vida está muy cara y hay que aprovechar estas cosas) se pusieron de nuevo en modo Salpicamás, esta vez con: “¿cuándo empieza? ¿Cuándo empieza? ¿Cuándo empiezaaaaaaaaaaaaa, mamáaaaaaaaaaaaaaa?”.  Todo es cuestión de entrar en estado zen, o aplicar la teoría del junco, como dice la mamá de un amiguito del cole, dejarte mecer por el viento (yo aún no lo he conseguido) y contestar pacientemente: “Enseguida cariño” hasta el infinito.

Lo mejor es cuando se apagan las luces y ves la carita de emoción que ponen agarrados a su paquete de palomitas: “¡Mira mamá los “acorbatas”, oooooooooooooooh!”, “¿Cuándo salen los payasos?”…y el momento culminante, el número en el que salieron 4 camellos blancos y mis hijos casi tiran abajo el circo a berrido limpio, para luego pasar a teorizar sobre como se sientan los Reyes Magos en semejantes bichos con las dos jorobas tan incómodas que tienen.  Mientras tanto, Marcos iba contando cada actuación (¿mamá, esta es la tercera o la cuarta?) y María comentaba cada vestido de lentejuelas que sacaban las artistas que actuaban (mira esa que guapa, mami).

Tuvimos un momento crítico en el descanso: anunciaron por megafonía que se ponían a la venta las “tradicionales espadas luminosas del Circo Mundial”.  ¿Perdón? ¿Tradicionales? Sí, claro, de toda la vida el circo ha tenido como pilar fundamental unos zarrios de plástico a pilas que se iluminan con colores fluorescentes.  Pues bien,  como era de esperar, los niños preguntaron a coro si podían comprarse una espada, pero nos negamos en redondo.  Sinceramente, a 10 euros por trasto nos pareció un auténtico robo, y no queríamos que los nenes se gastaran el dinero de su hucha en semejante tontería.  Marcos lo entendió y decidió guardar sus moneditas para un mejor fin, pero María decidió que la espada luminosa de colorines era su más ansiado objeto, el culmen de su vida, y sus padres unos perversos maltratadores por no permitirle comprarlo.  Y para mostrar su civilizado desacuerdo, que mejor que tirarse por el suelo a hacer la croqueta entre gritos desgarradores mientras intentábamos ir hacia la salida para los 15 minutos de intermedio.  Después de un par de intentos de calmarla y levantarla del suelo, so pena de sacarle el brazo de sitio, su padre optó por cogerla a pulso y ponérsela debajo del brazo cual paquetito pataleante y gritón, ante las miradas reprobadoras de varios padres ejemplares a los que sus hijos jamás se les rebelan ni gritan (seguro que sabéis como os digo) y nos encaminamos hacia un banco para que se sentaran y comieran algo.  Por supuesto, nuestra pequeña reina del drama siguió gimoteando y poniendo pucheros mientras mordisqueaba su bocadillo, y ante nuestros intentos de ignorarla volvió a la carga a berrido limpio, con lo que se ganó un estupendo castigo que le confirmó la crueldad de sus padres y es que “no me entendéis, mamá”.  Cuando tenga 13 años, esto va a ser el Apocalipsis…

Conseguimos llegar al final de la función sanos y salvos, con una pequeña crisis en la que Marcos pretendía que me acercara a la jaula de los tigres para hacerles fotos, y nos encaminamos a la salida, cruzando de nuevo la zona de ferias, superamos otra pequeña crisis cuando mis criaturas pretendieron subirse a otra atracción, casi a las once de la noche, y por fin nos metimos en el coche rumbo a casita.  Por supuesto, aún no habíamos salido del recinto ferial cuando se quedaron fritos los dos en las sillitas.  Cuando llegamos a casa seguían dormiditos y así pude hacer una de las cosas que más me gustan, que es cogerlos en brazos y subirlos a casa dormidos, con ese olor a niño pequeño, sus bracitos en el cuello y una expresión angelical en la cara.  Ponerles el pijama sin despertarlos, meterlos en sus camitas y sentir que todo merece la pena por verlos así, cansados y felices.


EVA

2 comentarios:

  1. jjaajajaj perdona que me ría, la teoría el junco ya la he puesto en práctica alguna vez pero hace falta un autocontrol que ni Bruce Lee. Lo que sí que voy a poner en práctica es lo de la paga y que se la administren ellos en la feria.

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  2. Nosotros ya llevamos un tiempo dandoles una pequeña propina para que se administren y ahorren para sus caprichitos :)

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