viernes, 23 de agosto de 2013

Los patitos se independizan


Este verano lo han conseguido.  Llevaban años en ello, pero creo que ahora sí, es definitivo, mis hijos han descubierto como lograr que encanezca por completo antes de cumplir los cuarenta: han aprendido a nadar.  Más o menos.

Todo empezó de forma inocente, mi hijo insistía en que él ya nadaba “súper bien, mami” y que ya no necesitaba los manguitos. Y cuando digo insistía, quiero decir nos torturaba a todas horas repitiéndolo hasta la extenuación.  La nuestra, claro.  Como el año pasado no pudo hacer natación en invierno debido a su operación de oídos, le decíamos que no y que no, que cuando fuera a clase y aprendiera.  Pero claro, si algo es mi criatura es perseverante, así que al final, me rendí y le dije a mi marido: “Oye, lo soltamos en la piscina sin manguitos, nos quedamos a su lado, y cuando se hunda, lo sacamos.  Así se asustará y no nos lo volverá a pedir este verano”.  Que una es madre moderna y está a favor de darles margen a los niños para que aprendan por si solos las consecuencias de lo que quieren hacer.  Siempre que no implique intentos de abrirse el cráneo por cuatro partes, que casualmente es lo que de forma rutinaria intenta mi niño con gran entusiasmo.

Pues dicho y hecho, lo metimos a la piscina sin manguitos esperando que se hundiera como una piedra y nos pidiera socorro, solo que lo que sucedió en realidad es que empezó a bracear y patear como un cachorrillo y no solo se mantuvo a flote, sino que se nos escapó nadando como un renacuajo, dejándonos boquiabiertos y ojipláticos.  Y a su hermana, que se había mantenido a la espera observando atentamente el desarrollo del experimento, absolutamente encantada y entregada a la causa de la natación sin manguitos.  Así que, el resultado de ser tan moderna y dar margen y todo eso, fueron unas vacaciones de tardes en la piscina del hotel persiguiendo niños entusiasmados que pensaban que ya eran capaces de cruzar el Canal de la Mancha a nado. 

Lo peor fue que, a la vuelta de vacaciones, los inscribimos en un intensivo de natación que daban durante una semanita en la piscina de la que somos socios, y eso ya fue el desmelene total.  Ya no solo nadaban, sino que buceaban, saltaban, se tiraban de cabeza…Síndrome “Escuela de Sirenas” total.

Cuando acabaron nuestros días de vacaciones y volvimos a la rutina hablamos seriamente con ellos y les explicamos que, como durante la semana irían a la piscina solo con mamá, ya que papá trabaja por las tardes, se irían metiendo con manguitos o churro por turnos, es decir, se meterían los dos a la piscina conmigo y uno de ellos llevaría manguitos o churro para que mamá pudiera vigilarlos a los dos con un mínimo de seguridad, y los fines de semana, cuando estuviera también papá, los dos podrían nadar sin manguitos ni churro a la vez.  Lo prometieron solemnemente, mirándonos con ojitos muy abiertos e inocentes.  Y como podéis suponer, no lo cumplieron ni un solo día.  Bueno, no es cierto, durante los primeros cinco minutos de la primera tarde, para ser exactos.

¿Consecuencias?  Ahora me pego las tardes con ellos en la piscina, a remojo durante un par de horas, y al borde del sorroponcio cada minuto de ellas.  Por un lado me fascina que con apenas una semana de cursillo y lo que ellos mismos han ido aprendiendo de bracear con manguitos, sean capaces de defenderse tan bien en la piscina, bucear, tirarse de cabeza y desenvolverse con una agilidad que me sorprende. Por otro, me aterra que les pueda pasar algo, ya que aún no tienen demasiada resistencia y no son capaces de recorrer mucho trecho sin cansarse, y aunque yo estoy todo el tiempo con ellos, siguen siendo “dos contra uno”, así que tengo que recurrir a lo de siempre: pongo normas en la piscina, que básicamente son que no se alejen, me hagan caso y salgan cuando yo lo diga.  Y si no se cumplen, penalización y consecuencias.  Como esta misma semana, que se quedaron un día sin ordenador y otro tuve que secuestrar un juguete, con gran drama derivado, claro.


Pero todas estas tardes cuando los miro nadar y divertirse, con mi amiga al lado que también vigila a su niño, amiguito de los míos,  no me puedo creer que estos dos niños espigados, bronceados, que ya nadan solos y me dirigen los clásicos gritos de “mira lo que hago, mami” sean mis bebés rosados y diminutos. Y que yo ya haya pasado “al otro lado”, cuando hace poco (o eso me parece) la niña bronceada y con coletas que se lanzaba desde el borde de esa misma piscina gritando a sus papás que la miraran, era yo. Y que la amiga que tengo al lado sea la misma que se lanzaba a la piscina conmigo.  El ciclo de la vida, que decía el Rey León :)

EVA

8 comentarios:

  1. Que bonita Eva, me ha emocionado el final de tu entrada. Envida sana me das, Gabriel le tiene mucho miedo al agua y este verano por lo menos hemos conseguido que se meta en la piscina con flotador, un logro para él porque eso, le tiene pánico, y Ángela con manguitos!! Yo los voy a apuntar a piscina este curso porque ya toca esto de aprender!!

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    1. Si es que mis niños, sobre todo Marcos , son demasiado echados p'alante!! nunca ven el peligro, y así voy, al borde de la úlcera!!

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  2. Eva estoy desayunando en un hotel, y la gente me mira extrañada porque no pude dejar de reirme, excelente relato, te escribo más por facebook

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    1. Me alegro de haberte animado el desayuno!!! Aunque te hayan tomado por loca, jajajaja

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    2. Bueno siempre he corrido el riesgo de que me tomen por loca, si es por disfrutar de la vida... Allá el resto!!! ;)
      Me encanta cómo en aras a estos chicos tan p'alante y los dejas ser libres, serán personas seguras de sí mismas que no temerán enfrentar nuevos retos. Abrazo <3

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  3. Eva estoy desayunando en un hotel, y la gente me mira extrañada porque no pude dejar de reirme, excelente relato, te escribo más por facebook

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Eva, que relato tan bonito ... me ha emocionado mucho el final y me he quedado alucinada que ya naden solitos los dos ... que bien ...
    Un beso ...

    Verónica

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