Hace ya dos años que mis niños empezaron “el cole de
mayores”, dejaron de ser oficialmente bebés y de repente pasaron a ser niños,
pequeñas personitas que iban a aprender a desenvolverse solos, saliendo del
pequeño mundo que era la guardería para entrar en uno mayor, con clases de 22
niños, libros, un recreo enorme lleno de balones de fútbol, niños mayores y
toda clase de peligros y riesgos cerniéndose sobre ellos de forma
amenazadora…bueno, a lo mejor esto último en realidad no era así exactamente,
pero sí en mi cabeza de madre paranoica.
Los días previos a ese inicio de curso, una vez pasado el
suplicio del proceso de inscripción, los empleamos en comprar los libros,
escandalizarnos de su precio, comprar las batas para el cole, escandalizarnos
de su precio, comprar el chándal de cole, escandalizarnos de su precio, y por
supuesto, preparar a los pequeños para su primera incursión fuera del mundo
bebé. Durante días les hablamos de lo
bien que se lo pasarían en el nuevo cole, el montón de amiguitos que harían,
todo lo que iban a aprender y sobre todo, concienciarlos de que habría más
nenes en clase y tendrían que hacer un montón de cosas solitos, como ir al
baño, ponerse y quitarse la bata y el abrigo, comer…La verdad es que fueron muy
receptivos a todo, son dos niños muy independientes y sociables, y ya hacían
esas cosas solos la mayor parte del tiempo, así que no me preocupaba demasiado
su adaptación, ya que suponía que no lo tendrían muy complicado.
El primer día de cole los niños estaban entusiasmados y nosotros
muy nerviosos, es un hito importante en la vida de los pequeños, y también para
los padres, que tienen que ver como sus
niños inician una pequeña vida propia e independiente de ellos. Fui todo el camino pensando en como sería la
profesora, que tal se llevarían con sus compañeros, como serían los padres de
estos, si sabrían desenvolverse en los recreos y el comedor…en fin, un mare magnun
de pensamientos desordenados que me hicieron llegar al colegio bastante más
nerviosa que mis pequeños.
Acudimos a la sala en la que se asignaban las clases y
esperamos junto a otros 64 niños con sus padres, todos alborotados e
inquietos. En principio estaba
tranquila, porque estaba bastante segura de que estarían en la misma
clase. Ese tema me preocupaba, ya que no
quería que los separaran porque sí, sin conocerlos ni ver como se desenvolvían
juntos, como pasa en muchos colegios. Y
aquí hago un inciso para explicar como se trata este tema en el colegio al que
van mis hijos, que a mi forma de ver, es de la mejor manera. Antes de solicitar plaza en el centro, mi
marido y yo solicitamos una entrevista con el director y la coordinadora de
infantil para conocer el sistema educativo y el funcionamiento del cole en
general, lo que hicieron amplia y amablemente,
Casi al final de la reunión yo les pregunté como trataba el colegio a
los gemelos, si los separaban o no, y me explicaron que, en principio, los ponían
juntos a no ser que los padres manifestaran querer lo contrario, ya que
entendían que era lo mejor para los niños y lo más práctico para los padres,
que no tenían que correr de una clase a otra para recogerlos ni hacer malabares
con reuniones. Si así funcionaban bien,
se desenvolvían y relacionaban correctamente y no había problemas, seguirían
juntos todo el ciclo hasta primaria, dónde las clases se mezclan cada dos años,
y les podía tocar juntos o no. Si los
niños no se relacionaban bien con otros compañeros o uno era muy dependiente de
otro, al curso siguiente los separarían.
Afortunadamente, en el caso de mis hijos no ha habido que separarlos,
son niños independientes, que juegan juntos y separados, que tienen amigos
comunes y no, y a los que no ha supuesto ninguna desventaja estar en la misma
clase, más bien al contrario.
Estábamos en el primer día de cole, esperando a que nos
llamaran para ver en que clase íbamos y quienes iban a ser los compañeros y
futuros amigos de nuestros nenes. Yo
miraba a los niños de mi alrededor, y me sorprendía de lo bebés que me parecían
algunos…mis niños son de enero, así que, sobre todo Marcos, eran más grandes
que la mayoría, cosa que, absurdamente me tranquilizaba. Cosas de madre paranoica. Al fin nos llamaron, nos pusieron en fila, y
nos fuimos a la clase, la cual estaba dividida en mesitas de colores, cada una
con cuatro o cinco sillas, y cada sillita con el nombre de cada uno de los
niños y un dibujito. Marcos estaba en un
grupo, y María en otro, así que nos dividimos para acompañarlos, enseñarles el
dibujito de su silla y que lo supieran reconocer, y tranquilizarlos en lo posible. Bueno, en mi caso tranquilizarme yo, que
María estaba tan a gusto y ya le preguntaba su nombre a la niña que tenía al
lado. Marcos no estaba tan tranquilo,
bien porque era algo nuevo, bien porque siempre fue más tímido que su hermana,
o bien porque se contagió de los lloros y el nerviosismo generales, el pobre no
lloraba pero me miraba con esos ojos enormes que tiene, llenos de lágrimas a
punto de derramarse, diciéndome sin palabras “no te vayas, mami”. Así que me sentí lo peor del mundo cuando tuve
que salir y dejarlo allí, pobrecito, abandonado, en una gran clase llena de
desconocidos, sin su mamá, solito…bueno, quizás no era así, y estaba en una
agradable y alegre clase llena de colores, libros y juguetes, con un montón de
compañeritos como él y una simpática y amable maestra…
Ese primer día de clase solo estaban media hora en el
cole, como toma de contacto, así que nos fuimos a pasear por el parque cercano
y volvimos, diez minutos antes de la hora, impacientes. Y nos encontramos con…MAGIA. Porque no se puede llamar de otra manera a lo
que hizo la profesora, que transformó a 22 niños nerviosos y llorosos, en un
grupo de críos risueños que dieron “un susto a los papás” en cuanto se abrió la
puerta. De verdad que yo de mayor quiero
ser como la señorita Belén. En serio,
soy fan.
Y poco a poco adquirimos una nueva rutina, los niños se
adaptaron bien, la mayoría de sus compañeros les gustaban (siempre hay alguna
oveja negra, o niño pegón y maleducado), y fueron aprendiendo números, letras,
formas, haciendo amiguitos y construyendo su pequeño mundo separado del
nuestro. Sobre todo María, que es muy
extrovertida, con lo que enseguida se hizo popular y la saludaban por todas
partes niños y madres desconocidas por mí.
Y es que la nena tiene más vida social que yo, que le vamos a
hacer…Ahora empiezan tercero de infantil, van a ser los mayores del recreo, ya
aprenden a leer y a escribir, tienen sus amigos y sus pequeñas historias, y no
me puedo creer lo mayores que se hacen y lo rápido que se me escurre el tiempo
entre los dedos.
Ángela también es de enero y también me tranquiliza, no es absurdo no, para nada, Gabriel es de septiembre y cuando empezó p3 estaba más verde que las lechugas en todos los aspectos (bueno físicamente no porque es un niño grande), yo iba acojonada. Yo imagino que la historia con Ángela será más fácil porque tiene mucha ganas de ir al cole y la veo preparada.
ResponderEliminarSí, la verdad es que sobre todo en primero, se nota mucho esa diferencia de meses :)
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