Este verano lo han conseguido. Llevaban años en ello, pero creo que ahora sí, es definitivo, mis hijos han descubierto como lograr que encanezca por completo antes de cumplir los cuarenta: han aprendido a nadar. Más o menos.
Todo empezó de forma inocente, mi hijo insistía en que él
ya nadaba “súper bien, mami” y que ya no necesitaba los manguitos. Y cuando
digo insistía, quiero decir nos torturaba a todas horas repitiéndolo hasta la
extenuación. La nuestra, claro. Como el año pasado no pudo hacer natación en
invierno debido a su operación de oídos, le decíamos que no y que no, que
cuando fuera a clase y aprendiera. Pero
claro, si algo es mi criatura es perseverante, así que al final, me rendí y le
dije a mi marido: “Oye, lo soltamos en la piscina sin manguitos, nos quedamos a
su lado, y cuando se hunda, lo sacamos.
Así se asustará y no nos lo volverá a pedir este verano”. Que una es madre moderna y está a favor de
darles margen a los niños para que aprendan por si solos las consecuencias de
lo que quieren hacer. Siempre que no
implique intentos de abrirse el cráneo por cuatro partes, que casualmente es lo
que de forma rutinaria intenta mi niño con gran entusiasmo.
Pues dicho y hecho, lo metimos a la piscina sin manguitos esperando
que se hundiera como una piedra y nos pidiera socorro, solo que lo que sucedió
en realidad es que empezó a bracear y patear como un cachorrillo y no solo se
mantuvo a flote, sino que se nos escapó nadando como un renacuajo, dejándonos
boquiabiertos y ojipláticos. Y a su
hermana, que se había mantenido a la espera observando atentamente el desarrollo
del experimento, absolutamente encantada y entregada a la causa de la natación
sin manguitos. Así que, el resultado de
ser tan moderna y dar margen y todo eso, fueron unas vacaciones de tardes en la
piscina del hotel persiguiendo niños entusiasmados que pensaban que ya eran
capaces de cruzar el Canal de la
Mancha a nado.
Lo peor fue que, a la vuelta de vacaciones, los
inscribimos en un intensivo de natación que daban durante una semanita en la
piscina de la que somos socios, y eso ya fue el desmelene total. Ya no solo nadaban, sino que buceaban,
saltaban, se tiraban de cabeza…Síndrome “Escuela de Sirenas” total.
Cuando acabaron nuestros días de vacaciones y volvimos a
la rutina hablamos seriamente con ellos y les explicamos que, como durante la
semana irían a la piscina solo con mamá, ya que papá trabaja por las tardes, se
irían metiendo con manguitos o churro por turnos, es decir, se meterían los dos
a la piscina conmigo y uno de ellos llevaría manguitos o churro para que mamá
pudiera vigilarlos a los dos con un mínimo de seguridad, y los fines de semana,
cuando estuviera también papá, los dos podrían nadar sin manguitos ni churro a
la vez. Lo prometieron solemnemente,
mirándonos con ojitos muy abiertos e inocentes.
Y como podéis suponer, no lo cumplieron ni un solo día. Bueno, no es cierto, durante los primeros cinco
minutos de la primera tarde, para ser exactos.
¿Consecuencias?
Ahora me pego las tardes con ellos en la piscina, a remojo durante un
par de horas, y al borde del sorroponcio cada minuto de ellas. Por un lado me fascina que con apenas una
semana de cursillo y lo que ellos mismos han ido aprendiendo de bracear con
manguitos, sean capaces de defenderse tan bien en la piscina, bucear, tirarse
de cabeza y desenvolverse con una agilidad que me sorprende. Por otro, me
aterra que les pueda pasar algo, ya que aún no tienen demasiada resistencia y
no son capaces de recorrer mucho trecho sin cansarse, y aunque yo estoy todo el
tiempo con ellos, siguen siendo “dos contra uno”, así que tengo que recurrir a
lo de siempre: pongo normas en la piscina, que básicamente son que no se
alejen, me hagan caso y salgan cuando yo lo diga. Y si no se cumplen, penalización y
consecuencias. Como esta misma semana,
que se quedaron un día sin ordenador y otro tuve que secuestrar un juguete, con
gran drama derivado, claro.
Pero todas estas tardes cuando los miro nadar y
divertirse, con mi amiga al lado que también vigila a su niño, amiguito de los
míos, no me puedo creer que estos dos
niños espigados, bronceados, que ya nadan solos y me dirigen los clásicos
gritos de “mira lo que hago, mami” sean mis bebés rosados y diminutos. Y que yo
ya haya pasado “al otro lado”, cuando hace poco (o eso me parece) la niña
bronceada y con coletas que se lanzaba desde el borde de esa misma piscina
gritando a sus papás que la miraran, era yo. Y que la amiga que tengo al lado
sea la misma que se lanzaba a la piscina conmigo. El ciclo de la vida, que decía el Rey
León :)
EVA
EVA
Que bonita Eva, me ha emocionado el final de tu entrada. Envida sana me das, Gabriel le tiene mucho miedo al agua y este verano por lo menos hemos conseguido que se meta en la piscina con flotador, un logro para él porque eso, le tiene pánico, y Ángela con manguitos!! Yo los voy a apuntar a piscina este curso porque ya toca esto de aprender!!
ResponderEliminarSi es que mis niños, sobre todo Marcos , son demasiado echados p'alante!! nunca ven el peligro, y así voy, al borde de la úlcera!!
EliminarEva estoy desayunando en un hotel, y la gente me mira extrañada porque no pude dejar de reirme, excelente relato, te escribo más por facebook
ResponderEliminarMe alegro de haberte animado el desayuno!!! Aunque te hayan tomado por loca, jajajaja
EliminarBueno siempre he corrido el riesgo de que me tomen por loca, si es por disfrutar de la vida... Allá el resto!!! ;)
EliminarMe encanta cómo en aras a estos chicos tan p'alante y los dejas ser libres, serán personas seguras de sí mismas que no temerán enfrentar nuevos retos. Abrazo <3
Eva estoy desayunando en un hotel, y la gente me mira extrañada porque no pude dejar de reirme, excelente relato, te escribo más por facebook
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEva, que relato tan bonito ... me ha emocionado mucho el final y me he quedado alucinada que ya naden solitos los dos ... que bien ...
ResponderEliminarUn beso ...
Verónica