Uno de los comentarios más recurrentes que se oyen entre
los padres cuando se acerca el invierno (a no ser que vivas en Zaragoza, en
cuyo caso, no se acerca, se te tira encima a traición y te muele a palos) es: “¿Y ahora que
hacemos/dónde vamos con los peques?” Así
empieza un carrusel de parques de bolas, cines, centros comerciales y casas de
amigos con niños, con los que nos vamos rotando para que el tsunami infantil no
arrase la misma casa demasiado seguido.
Pero claro, hay veces que ni eso, que llueve, sopla un cierzo devastador
y los lobos aúllan por las calles (o casi), así que no queda otra que quedarse
en casita. Y todos sabemos lo que pasa
entonces, que tienes dos (o más) personitas llenas de energía trotando por un
espacio reducido y dejando un reguero de destrucción tras de sí, mientras tú
correteas detrás intentando que al menos dejen las paredes en pie y alguna cama
funcional, a la par que en tu cabeza suena la sintonía de Benny Hill
persiguiendo señoritas en bikini. Con lo
cual, a las 9 de la noche tus criaturas están en un estado de sobreexcitación imposible
de controlar, y los sufridos padres solo quieren derrumbarse en el sofá y
hacerse bicho bola. O a lo mejor puede
que esto solo me pase a mí, pero por si acaso, ahí va lo último que hicimos en
una tarde desapacible.
Sicilia 1922…ah, no, Zaragoza hace unas semanas: corría la
semana de los postres de otoño en el cole, que consiste en que durante una
semana, los niños y sus papás tienen que elaborar un postre usando algún
producto de la estación y llevarlo a clase para compartirlo. Otros años nos hemos limitado a hacer
bizcochitos o magdalenas con manzana o calabaza, cosa bien sencillita ya que
solo requiere de mezclado y horneado, así los pequeños pueden participar sin
que se monte demasiado lío, aunque por supuesto nadie te libra de tener que
lavar cabecitas con pegotes de harina y mantequilla y de intervenir en las 37
discusiones que se montan porque “ahora me toca a míiiiiiiiiiiiiiiii”.
Pero este año, una estaba inspirada…inspirada por algún
espíritu maligno o algo, porque no se me ocurrió otra cosa que hacer hojaldres
rellenos de chocolate y almendras. Es
fácil, Eva, me dije, compra el hojaldre ya hecho y solo tienen que cortarlo con
un corta pastas y rellenarlo. Pan
comido. Nada de harina ni pegotes de
mantequilla. Además, tienen casi 6 años,
esto va a ir como la seda. ¡JA!
La cosa empezó fenomenal, entusiasmados con el asunto y
poniéndose presurosos sus mini delantales de IKEA. Despejamos un área de la encimera y
desplegamos el hojaldre. La primera
discusión vino con los corta pastas de formas: los dos querían la misma, of
course. No llego a más porque lo
solucionamos rapidito estableciendo un sistema de turnos y ahí que nos pusimos
tan contentos marcando figuritas en el hojaldre. Segundo problema, los corta pastas del IKEA
no son especialmente buenos y hay que apretar mucho para que se corte bien la
figura, pero son lo suficientemente afilados como para que te puedas hacer un
corte, sobre todo si lo usas como arma para jugar a “luchas” con tu hermana,
que además no es especialmente hábil manteniendo el equilibrio en un taburete,
así que en vez de dedicarme a fundir el chocolate tuve que estar al quite para
que no se amputaran un miembro, se abrieran la cabeza contra la encimera en una
pérdida de equilibrio o acabaran en el suelo con corta pastas, delantal y
hojaldre, todo en uno.
Una vez conseguimos hacer las figuritas sin mayor
incidente, y fundimos el chocolate, había que mezclarlo con las almendras. El uno que se come el chocolate caliente y se
quema, la otra que se llena el pelo de almendras picadas, los dos que discuten
por ver quien da vueltas a la mezcla…finalmente conseguimos la mezcla, la
pusimos en las bases, tapamos con otra figurita idéntica, y al horno a ver
como crecen. Mientras yo recogía, ahí los
tuve sentaditos delante del horno, vigilando atentamente como crecían los hojaldres y lanzando todo tipo de grititos de admiración, entusiasmados con el
“milagro”. En un ratito sacamos del
horno la bandeja con las figuritas doradas y crujientes, que por supuesto,
querían probar ya a toda
costa, y nos enzarzamos en otra discusión hasta que los
convencí de que había que guardarlos hasta el día siguiente para sus amiguitos.
Cuando por fin terminamos todo y pude sentarme en el sofá,
descubrí que, a pesar del caos y el estrés, me había divertido mucho, y ellos
también, les encanta hacer cosas en la cocina con mamá. Así que creo que lo iremos convirtiendo en
una costumbre para las tardes de frío y lluvia, merece la pena el lío, la
cocina revuelta y las manchas, solo por ver las caritas de entusiasmo que ponen
y el orgullo con el que luego enseñan su obra.
La próxima receta, bollitos de leche en forma de cabeza de Mickey Mouse,
¿quién dijo miedo?
EVA
es superdivertido meterte en la cocina con los peques. Javi todavía es pequeño, pero ya hace sus pinitos. En cuanto ve que me pongo el delantal hayá que viene a intentar ayudarme. Y por supuesto, todo quiere que pase por la thermomix y luego por el horno!
ResponderEliminarPor cierto, quiero una foto de los bollos con cara de mickey!! Valiente!! XD
Prometido :P a ver que nos sale...
ResponderEliminarjjaajajaj yo lo máximo que he hecho es que Gabriel unte una rebanada de pan con nocilla, hay hija te voy a compartir porque me encanta como escribes!!
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