Cuando te
enteras de que estás embarazada, empiezas a imaginar ilusionada cómo será tu
relación con tu bebé; cuando te enteras de que vienen dos, pasado el shock,
empiezas, además, a imaginar cómo será la relación que establecerán entre
ellos. Supones que será muy especial, que esas dos personitas en tu útero irán
tomando conciencia, no solo de sí mismas, sino de su hermanito; y estás
deseando ver cómo se desarrolla.
En mi caso
los primeros meses no noté gran cosa. Los bebés vivían ajenos el uno del otro.
Durmieron en la misma cuna hasta los ocho meses, por aquello de que los
múltiples se echan de menos, pero para ser sinceros, no tengo ni idea de si eso
sucedía o no. La interacción, cuando empezaron a ir sentados en la sillita y
empezaban a moverse más, no pasaba de quitarse el chupete el uno al otro: iban
con las cadenas cruzadas. Pero tengo la impresión de que aquello no era
interacción sino que al niño en cuestión le interesaba más el chupete que su
hermano. Esto fue cambiando poco a poco. Muy poco a poco. Cuando empezó la fase
del gateo, Rubén solía robarle los juguetes a su hermano, que lloraba de
impotencia. Poco después, Óscar empezó a hacer lo mismo cuando se dio cuenta de
que su hermano salía pitando detrás de él: o sea, que Rubén quería un juguete y
se lo quitaba a su hermano, pero Óscar quería que su hermano lo persiguiera y
para eso le quitaba un juguete.
Repito que
no había grandes juegos entre ellos, pero para lo que sí se ponían de acuerdo
era para no dejar a mamá ni a sol ni a sombra. ¿Ducharme cerrando la puerta?
Ja. ¿Cocinar sin niños a la vista? Misión imposible. Pero eso es lo que haría
cualquier bebé, múltiple o no.
Rubén
siempre ha sido muy sociable, desde muy pequeñito. Hacia el año y poco ya se le
veían ganas de jugar con otros niños. Óscar tardó bastante más, vivía en su
mundo. Pero cuando tuvo necesidad de jugar con otros niños, allí estuvo su
hermano. Puntualicemos: son dos niños muy distintos entre sí, con gustos y
naturaleza diferente, y jugaban con niños diferentes ya en la guardería, pero
poco a poco empezaron a jugar.
A partir
de esa edad, de los 2 años en adelante, cada día voy viendo más esa “relación
especial” que me imaginaba durante el embarazo. Cuando van a un lugar
desconocido, aunque no estén juntos su lenguaje corporal indica que saben en
cada momento dónde está su hermano. Una mirada basta para que se busquen y
comenten cualquier cosa de interés. Se ponen de acuerdo para retar a mamá a la
hora de comer, que mamá pide seriedad y los dos se miran y se parten de la
risa. Inventan juegos, inventan reglas (Óscar), inventan historias dibujadas
(Rubén)… El otro día vi a Rubén enseñándole a su hermano a dibujar peces. Se
entienden divinamente también a patadas y puñetazos (dichosa testosterona…),
pero por más que les riña, ellos ¡están jugando y se ríen!
Respecto a
lo de compartir… nosotros tuvimos claro que habría cosas que compartirían y
otras cosas de cada uno. Asumen muy bien la “propiedad”. Desde antes de los 2
años distinguen la R y la O de sus zapatos, y no se equivocan; la ropa les da
igual… más o menos, solemos comprarla igual o de diferente color y cada uno
elige el suyo. Sobre los 2 años tuvieron sus motos y, después de unas cuantas
peleas, las acabamos marcando y asunto resuelto. Cuando les cae algún juego
colectivo, aceptan perfectamente que “es de los dos”, quizá porque ahora ven
claro que lo pasan mejor jugando juntos que por separado.
Cuando te
das cuenta realmente de lo que se adoran es cuando uno de ellos falta. Cuando
Rubén estuvo ingresado, Óscar estaba muy preocupado porque yo me tenía que dar
prisa para volver al hospital y llevarle su perrito de peluche. Cuando uno
falta a clase, el otro pregunta cómo está nada más salir, y le cuenta todo lo
que ha pasado ese día (a mí no me lo cuentan con tanto detalle). Si a uno le
compran chuches, pide también para su hermano. Al fin y al cabo, ¡llevan juntos
toda la vida! Los inicios son muy duros, no lo voy a negar. Pero, para mí, el
ser múltiples es un regalo de la vida con muchas más ventajas que
inconvenientes. Su hermano siempre va a estar ahí, acompañando, espero que toda
la vida aunque, por supuesto, tomarán caminos distintos. Y algo que yo
encuentro casi mágico: nuestros múltiples aprenden, sin ningún esfuerzo, a
CONVIVIR, a aceptar sin reservas a esa otra persona con necesidades parecidas a
las tuyas, pero distinta a ti. Y eso es una lección para toda la vida.
Toñi
No hay comentarios:
Publicar un comentario