viernes, 8 de noviembre de 2013

Ecosistema de un parque de bolas




El sábado pasado fuimos a un parque de bolas con los nenes y unos amigos con sus hijos a pasar la tarde.  Me gustan los parques de bolas, esos mágicos lugares dónde dejar que tus criaturas suelten toda la energía acumulada que llevan dentro mientras tú te tomas algo  relajadamente.  Al menos en teoría, porque como todo, los parques de bolas son entidades vivas, con un funcionamiento interno complejo, con su fauna, su flora y su ecosistema.

Inicialmente, una lo que quiere es ser parte de la flora, es decir, sentarse como una seta agarrada a una coca cola light y cotillear con una amiga como si no hubiera un mañana, sin tener que moverte de la silla en toda la tarde.  Pero la realidad es una mala pécora que siempre te da en la cara y lo que sucede es que pasas a formar parte de la fauna, con varias modalidades disponibles: 

a)      Momentos camaleón: hablas con tu amiga, pero ni os miráis a la cara, ya que estáis ocupadas girando los ojos en todas direcciones siguiendo la pista a vuestras respectivas criaturas, controlando que no se partan el cráneo ni se lo partan a otros.  A pesar de eso, conseguís mantener una conversación coherente con un mínimo de interrupciones, y es que ya no sois personas simplemente, sois herramientas multitarea, es decir, madres.
b)  Momentos tigresa: en uno de tus seguimientos rutinarios vislumbras a uno de tus niños siendo aplastado, golpeado y/o torturado por una bestia parda sin control cuyos padres han mutado en ficus (ellos son flora) y ni levantan una ceja ante las tropelías de su animalico.  Entonces lo que quieres es levantarte y arrancarle la cabeza al salvaje y a sus padres, pero te obligas a caminar calmadamente, preguntar que pasa, consolar a tu sollozante retoño y decir, con voz suave y mandíbula tensa, al remedo de Hulk eso de “esto no se hace, tenéis que jugar sin reñir”, mientras le lanzas una mirada torva a los padres del artista que siguen interesadísimos en su café/cerveza/coca cola.
c)      Momentos topo: en los que te haces la corta de vista para evitarte la hemorragia interna masiva que te causaría el fijarte realmente en las acrobacias que hacen tus criaturas.  Sobre todo si tienes un niño extremadamente ágil con tendencias suicidas que está a una vuelta de anillas del traumatismo craneoencefálico, combinado con una princesita que no ha nacido para los deportes de riesgo y que pretende seguirle el ritmo a su hermano.  
d)     Momentos rottweiler: cuando no te queda más remedio que ir a ladrarle a tus hijos para que dejen de hacer el bestia so pena de lesionarse o lesionar al amiguito con el que tan entusiásticamente saltan en el castillo hinchable, para evitar el posible drama posterior al previsible choque de cabezas y las amenazas de no ser amiguitos nunca, jamás, en toda la vida.

En cuanto a fauna paterna, tenemos básicamente cuatro subespecies:

  1. Los padres ficus, que suelen ir asociados a uno o varios retoños con altas dosis de animalismo intrínseco.  Este tipo de padres se limitan a tomarse su café y mirar al infinito sin darse por enterados en lo más mínimo del rastro de llanto y destrucción que van dejando sus hijitos.
  2. Los padres con mucha prisa porque sus niños crezcan, que llevan a sus hijos al parque de bolas apenas empiezan a andar y los sueltan en medio de la marabunta con la pretensión de que jueguen y los dejen libres un rato, y de que el resto de los niños tenga una consideración exquisita con el espacio personal de sus hijos y ni los rocen. A esto he de añadir que no me parece buena idea el llevar niños menores de dos años y medio o tres a uno de estos sitios, a no ser que tengan espacios específicos adaptados a bebés.
  3. Los padres que viven sin vivir en sí, es decir, los que no son capaces de estar sentados ni un minuto seguido y se tiran el café en vez de tomárselo, que merodean constantemente por la zona en la que están sus vástagos, vigilando atentamente que no realicen ninguna actividad que ellos consideren peligrosa, como coger tres bolas de vez o rascarse, que ningún otro niño le respire de muy cerca, no les vayan a hacer daño, y todo esto a la par que les dan instrucciones constantes.  Lo único que consiguen es poner de los nervios a sus hijos y al resto de padres presentes.
  4. Los padres “normales”, más o menos como yo (o eso quiero creer), que lo que quieren es un ratito de tranquilidad para ellos y de diversión para sus hijos, pero con responsabilidad y cuidado, vigilándoles pero dándoles autonomía también.  He de decir, que afortunadamente, esta subespecie es más abundante que las demás.

Como conclusión, un buen parque de bolas, divertido, bien acondicionado, adecuado en sus instalaciones y con personal amable y paciente, es una opción estupenda para pasar una tarde de invierno como las que se nos avecinan, o para celebrar un cumpleaños.  Y para poder pasar un ratito más relajado con tus hijos, que aunque quede muy de mala madre, es necesario de vez en cuando.


EVA




3 comentarios:

  1. Insisto..debes publicar un libro llamado " diario de una multimadre" o manual de supervivencia de una multimadre jajaja es que es así, totalmente de acuerdo Eva...me encantan tus relatos...

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  2. Jajaja...es que tú ya sabes de que parque de bolas concreto hablo, verdad, Patri? ;)

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  3. Estoy de acuerdo con Patricia jajajaja me ha encamtado esto de los padres ficus. Y si , yo tb quiero creer q soy normal jajajaja luego te comparto e fb

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