viernes, 4 de octubre de 2013

Un cumpleaños múltiple


Una de las cosas que más ilusión nos hace a los papás, así como a los niños, son los cumpleaños de los peques.  Cuando mis niños eran muy pequeñitos, nos apañábamos con una celebración familiar en casa dónde eran achuchados, besados y cubiertos de regalos.  Y luego ellos se entretenían el resto de la tarde con las cajas y el papel de colorines, que por supuesto, son mucho más atractivos y divertidos que los regalos en sí, como cualquier madre sabe.  Y si no, la que no haya dicho nunca lo de “vaya, el año que viene les regalamos una caja de cartón llena de papeles y nos sale más barato”, que levante la mano…

Pero este año, en su quinto cumpleaños decidimos hacer algo diferente.  Primero, porque con cinco años ya eran niños mayores ya no tan fáciles de entretener, y segundo, porque es un auténtico suicidio meter familia, amigos y niños de familia y amigos en una casa de 90 metros, so pena de destrucción masiva del mobiliario y ataques de nervios variados.  Así que nos pusimos manos a la obra pensando en qué hacer para tan fausto acontecimiento.

La opción de una fiesta al aire libre, aunque atractiva y socorrida, en Zaragoza y en enero, es impracticable, a no ser que quieras ir rescatando niños y abuelos de las copas de los árboles, arrojados por el cierzo y/o coger una pulmonía colectiva.  Lo siguiente en la lista era el parque de bolas, esos benditos lugares en los que tus fierecillas se desfogan y acaban sudando como becerrillos mientras tú disfrutas felizmente de una coca cola a la par que vigilas que no se desnuquen o sean aplastados por algún pequeño compañero de juegos con más entusiasmo o más kilos.  Posibilidades muy reales dadas las tendencias autodestructivas de mi hijo, y la delicadeza de mi niña.  Pero también lo descartamos, ya que iba a haber muchos adultos entre los invitados, y como sea que ya celebran su cumple de forma colectiva con los amiguitos del cole de esta forma, nos apetecía una celebración más personalizada.  Considerando que siempre van a tener que compartir cumpleaños, intentamos individualizárselo lo más posible.

De modo que al final lo resolvimos con dos celebraciones: una más pequeña e íntima, el mismo día de su cumpleaños con la familia más cercana.  Ese día, yo me lo tomé de vacaciones en mi trabajo y dediqué la mañana a preparar dos tartas personalizadas, una para María en forma de mariposa y otra para Marcos en forma de castillo.  Las tartas iban igualmente rellenas de  crema y decoradas con lacasitos, pero siempre me ha gustado que tuvieran cada uno su tarta y sus velitas, que sintieran que eran protagonistas cada uno de ellos, y no en conjunto.  Así lo hicimos y pasamos una tarde muy divertida, comiendo tarta, abriendo regalos, e intentando no morir de hiper excitación mis niños, y de apoplejía yo, que solo de imaginar dónde iba a meter los regalos de cumpleaños, además de los de Reyes, me daban los siete males y empezaba a hiperventilar.  Pero las tartas les encantaron, y solo por ver sus caritas mereció la pena todo.

La gran celebración llegó el siguiente sábado, día en el que organizamos un cumpleaños personalizado en Doguga, un centro infantil que además de estar justo enfrente de nuestra casa, ofrece un montón de servicios, entre ellos estos cumpleaños “a medida”, en los que eliges la merienda y la tarta que quieres, y rellenas un cuestionario con las características y edad de los niños que van a asistir, de forma que ellos te planifican una animación de acuerdo a eso.  Llegó el sábado y allá que nos fuimos con amiguitos y primos, además de los progenitores de toda la pandilla de criaturas, todos muy emocionados y expectantes.  Desde el principio lo pasamos estupendamente y vimos que habíamos acertado con el experimento.  Una animadora se encargó de hacerlos cantar, reír, bailar, correr, a ellos y a los papás, que acabamos bailando como los gorilas, además de cantar y escenificar todas las canciones de cantajuegos, entre bocado y bocado de merienda.  Lo mejor es que, como no se compartía espacio con nadie más, pudieron estar a sus anchas los niños y los papás pudimos disfrutar incluso de conversación entre adultos.  Sí, ya sabéis, eso que hacíais antes de tener hijos, cuando no hablabais de percentiles, mocos, colegios y zapatos que se quedan pequeños cada dos meses.

El momento culminante llegó cuando la animadora sacó los pinceles y les pintó la cara, nada menos que de piratas y princesas.  Mi hija estaba tan entusiasmada, se veía tan guapa, que incluso obligó a la señorita a pintarme a mí de princesa, y allá que me fui, que una pierde vergüenza a la par que gana años y ya, como si me pintan de dragón.
Y así llegamos al final de la tarde y la celebración, contentos, cansados y decididos a repetir la experiencia.  Aunque los más decididos eran mis niños, que no contentos con dos celebraciones, preguntaban” y ahora, ¿cuándo vamos al parque de bolas con los amigos de cole’”.  Pero creo que del parque de bolas, hablamos otro día.

Eva

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