Una de las cosas que más ilusión nos hace a los papás, así
como a los niños, son los cumpleaños de los peques. Cuando mis niños eran muy pequeñitos, nos
apañábamos con una celebración familiar en casa dónde eran achuchados, besados
y cubiertos de regalos. Y luego ellos se
entretenían el resto de la tarde con las cajas y el papel de colorines, que por
supuesto, son mucho más atractivos y divertidos que los regalos en sí, como
cualquier madre sabe. Y si no, la que no
haya dicho nunca lo de “vaya, el año que viene les regalamos una caja de cartón
llena de papeles y nos sale más barato”, que levante la mano…
Pero este año, en su quinto cumpleaños decidimos hacer algo
diferente. Primero, porque con cinco
años ya eran niños mayores ya no tan fáciles de entretener, y segundo, porque
es un auténtico suicidio meter familia, amigos y niños de familia y amigos en
una casa de 90 metros,
so pena de destrucción masiva del mobiliario y ataques de nervios
variados. Así que nos pusimos manos a la
obra pensando en qué hacer para tan fausto acontecimiento.
La opción de una fiesta al aire libre, aunque atractiva y
socorrida, en Zaragoza y en enero, es impracticable, a no ser que quieras ir
rescatando niños y abuelos de las copas de los árboles, arrojados por el cierzo
y/o coger una pulmonía colectiva. Lo
siguiente en la lista era el parque de bolas, esos benditos lugares en los que
tus fierecillas se desfogan y acaban sudando como becerrillos mientras tú
disfrutas felizmente de una coca cola a la par que vigilas que no se desnuquen
o sean aplastados por algún pequeño compañero de juegos con más entusiasmo o
más kilos. Posibilidades muy reales
dadas las tendencias autodestructivas de mi hijo, y la delicadeza de mi niña. Pero también lo descartamos, ya que iba a
haber muchos adultos entre los invitados, y como sea que ya celebran su cumple
de forma colectiva con los amiguitos del cole de esta forma, nos apetecía una
celebración más personalizada.
Considerando que siempre van a tener que compartir cumpleaños,
intentamos individualizárselo lo más posible.
De modo que al final lo resolvimos con dos celebraciones: una
más pequeña e íntima, el mismo día de su cumpleaños con la familia más
cercana. Ese día, yo me lo tomé de
vacaciones en mi trabajo y dediqué la mañana a preparar dos tartas
personalizadas, una para María en forma de mariposa y otra para Marcos en forma
de castillo. Las tartas iban igualmente
rellenas de crema y decoradas con
lacasitos, pero siempre me ha gustado que tuvieran cada uno su tarta y sus
velitas, que sintieran que eran protagonistas cada uno de ellos, y no en
conjunto. Así lo hicimos y pasamos una
tarde muy divertida, comiendo tarta, abriendo regalos, e intentando no morir de
hiper excitación mis niños, y de apoplejía yo, que solo de imaginar dónde iba a
meter los regalos de cumpleaños, además de los de Reyes, me daban los siete
males y empezaba a hiperventilar. Pero
las tartas les encantaron, y solo por ver sus caritas mereció la pena todo.
La gran celebración llegó el siguiente sábado, día en el que
organizamos un cumpleaños personalizado en Doguga, un centro infantil que
además de estar justo enfrente de nuestra casa, ofrece un montón de servicios,
entre ellos estos cumpleaños “a medida”, en los que eliges la merienda y la
tarta que quieres, y rellenas un cuestionario con las características y edad de
los niños que van a asistir, de forma que ellos te planifican una animación de
acuerdo a eso. Llegó el sábado y allá
que nos fuimos con amiguitos y primos, además de los progenitores de toda la
pandilla de criaturas, todos muy emocionados y expectantes. Desde el principio lo pasamos estupendamente
y vimos que habíamos acertado con el experimento. Una animadora se encargó de hacerlos cantar,
reír, bailar, correr, a ellos y a los papás, que acabamos bailando como los
gorilas, además de cantar y escenificar todas las canciones de cantajuegos,
entre bocado y bocado de merienda. Lo
mejor es que, como no se compartía espacio con nadie más, pudieron estar a sus
anchas los niños y los papás pudimos disfrutar incluso de conversación entre
adultos. Sí, ya sabéis, eso que hacíais
antes de tener hijos, cuando no hablabais de percentiles, mocos, colegios y
zapatos que se quedan pequeños cada dos meses.
Y así llegamos al final de la tarde y la celebración,
contentos, cansados y decididos a repetir la experiencia. Aunque los más decididos eran mis niños, que
no contentos con dos celebraciones, preguntaban” y ahora, ¿cuándo vamos al
parque de bolas con los amigos de cole’”.
Pero creo que del parque de bolas, hablamos otro día.
Eva
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