viernes, 11 de octubre de 2013

PIQUITOS DE ORO

¡Ay, qué bonitos los niños! Cuando te conviertes en madre, nada de lo que hagan o digan te dejan indiferente. Y si tienes a dos parlanchines irredentos en casa, tranquilos, que no hace falta ser su madre para que te dejen a cuadros:
- ¡Vamos, chicos! ¡Que no tenéis pijamas! ¿Quién quiere ir a comprar unos?
- ¡Yo! ¡Uno del Rayo McQueen!
- Mamá, no me emociona…

Está claro que en Óscar, a sus cinco años, ya se está manifestando el gen masculino de alergia a todo lo que huela a compras. Meses antes los llevamos a comprar zapatillas, y antes de entrar en la tienda, aproveché para leerles la cartilla:

Mamá: ¿Quién se va a portar muy bien?
Rubén (con entusiasmo): ¡Yooo!
Mamá: ¿quién va a venir cuando se le llame, y se va a probar las zapatillas sin rechistar?
Rubén: ¡Yooo, yooooo!
Mamá: ¿Quién no se va a pelear con su hermano en la tienda?
Rubén: ¡Yooo, mami, yooo!
Mamá: Óscar, tú no has dicho nada. ¿A que vas a hacer caso y a portarte muy bien?
Óscar: Mmmm…. Luego te contesto.
Rubén no es tan displicente, es un dulce de criatura. Pura ternura. Una monada; o eso dice él:
- Mamá, ¿a que vosotros, antes de tenernos, veíais a otros papás que tenían bebés que eran una monada y por eso quisisteis tener dos bebés vosotros también, para tener dos monadas?

¿Para qué llevarle la contraria y decirle que lo de “una monada” era buscado pero lo de “dos monadas” fue un poco más aleatorio?

No quiero pensar lo Barbie que hubiera sido Rubén de haber sido niña, porque las monadas las tiene grabadas a fuego:
- Mamá, ¿esta carne qué es?
- Conejo.
- ¡Ay, pero si son una monada…!
- Sí, hijo. Una monada, pero comestible. Pruébalo, anda.

Suerte que después de todo no es remilgado y el conejo, monada o no, acabó en su estómago sin más problemas.

Los niños cambian pero hay cosas que las mantienen. Rubén, de muy chiquito, ya le decía al yayo que cogiera flores, que él (el yayo) tenía una señora a quien regalárselas. El muchacho sigue así de caballeroso, y yo ya temo a la primavera, no por las alergias, sino por la invasión de flores del campo que provoca en casa, en la ropa… Y en el pelo, como me señaló una vez una clienta en una reunión de trabajo.

Y Óscar aprendió a hablar redicho y sigue con ello. Empezó muy pronto, con dos años, que ni hablaba siquiera y señaló el letrero del Mercadona y dijo, alto, fuerte y con todas las letras: “¡SEIS!”. Vale, mucho no atinó, pero nadie nace enseñado, ¿no?

Pero tranquilos, que Óscar busca la perfección en el conocimiento. Hace poco su padre y yo les explicábamos cómo funcionan las estaciones depuradoras de aguas residuales urbanas (vamos: lo normal que habla todo el mundo mientras ve La Noria). Que si el agua sucia con pises y cacas se va por unas tuberías y llega hasta la depuradora. Que allí la filtran, la airean y unos bichitos se comen la porquería y dejan el agua limpia. Íbamos a contarle la etapa final de la separación de los lodos cuando el niño se queda pensativo y pregunta:

- ¿”Bichitos”, papá?
- Sí.
- ¿Quieres decir “microbios”?
Acabáramos. Hablamos de un niño de cinco años con humor matemático:
- Mamá, cuando se te cae un diente, ¿duele cero minutos?
- No duele nada, hijo.
- Pero, ¿duele cero minutos?
- No, no duele nada.
- Pero, ¿cero minutos?
(este niño es como el Principito, que nunca, nunca, nunca deja que una pregunta quede sin contestar)
- Sí, hijo, duele cero minutos…
- Entonces ¡no duele nada!

A veces las salidas las tienen en estéreo dolby surround. De esto no recuerdo quién dijo qué, pero qué mas da.
Era mediados de agosto, en plena lluvia de estrellas Perseidas, o lágrimas de San Lorenzo:

- Papá, cuando ves una estrella fugaz, ¿se pide un deseo?
- Sí.
- ¿Y qué vas a pedir tú, papi?
- Que todos los niños sean muy felices.
- ¡Yo voy a pedir un disfraz de Código Lyoko!
- ¡Y yo un juego!
- No, chicos. Los deseos de las estrellas fugaces no deben costar dinero

Huelga decir que no parecieron muy conformes. Esa noche Rubén vio una estrella conmigo, estaba feliz de compartir su estrella con mamá. Óscar estaba más interesado en darle a la sin hueso que de mirar al cielo, así que se perdió la suya… aunque no dudó en inventarse toda una fábula para hacernos creer que había visto dos. Al día siguiente volvieron a la carga:

- Mami, papi, ¿qué les pedisteis a las estrellas fugaces?
- Shhhh, eso no se cuenta…
- Bueno, yo pedí que a todos los niños les fuera todo muy bien.
- Yo quería un disfraz de Código Lyoko.
- Y yo un juego…
- Pero no se puede pedir nada que cueste dinero, hijos.
- Pues yo voy a pedir… ¡que todas las tiendas vendan las cosas gratis!
Mis hijos son dos charlatanes, lo reconozco. Y ellos también. Una vez hablábamos con Óscar de una niña de clase que yo creía que era su amiga. Él decía que ya no.
- ¿No? ¿Y por qué?
- Porque no me gusta la gente que habla más que yo.
En otra ocasión estábamos en una feria, ya se habían montado en un par de cosas e insistían en una tercera.
- No, hijos. Ya basta.
- Mamá, ¡si me dejas subir, me estaré callado un rato!
- ¿Sí, cariño? ¿Cuánto tiempo?
- Un minuto.
- No hay trato.

En fin, que es un no parar. No hay día en que no te digan alguna que te deje KO. Yo creo que al final vamos aprendiendo a no reírnos cuando no toca, aunque por otro lado nos habituamos a esta edad maravillosa.

Los bebés son nuestro espejo, siempre lo he dicho: tienen una sensibilidad especial para detectar si mamá está contenta o está nerviosa, y devuelven esas mismas emociones. Cuando crecen y empiezan a hablar y a discurrir, siguen siendo nuestro espejo, pero de otra manera: nos devuelven nuestras contradicciones, nuestros comportamientos, nuestros lugares comunes. Sólo espero que, como dice la canción, todo esto que nos dan no nos sea nunca indiferente.

Toñi

1 comentario:

  1. ohhhhhhhhhh que final tan tierno ... que razon tienes ... lo que he me reido con el deseo de la estrella fugaz, pues el que la sigue la consigue ... jjjj ... que querían que las tiendas lo tuvieran todo gratis ... jjjjj

    Veronica

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