Ahora que se
acercan las vacaciones, y estamos planeando la ruta hasta nuestro destino,
me acuerdo del cuasi infierno que ha sido el trayecto hasta la playa los
anteriores veranos, y estoy por pedirle a mi marido que me narcotice como a
M.A. Barracus, del Equipo A, y que me reanime a pie de playa. Aunque no sé por qué, me da que no va a
acceder y que me va a decir, usando mis propias palabras en mi contra, que los
niños son de los dos y que apechugue y no sea mala madre. Maldito chantaje emocional.
El primer viaje playero que hicimos con ellos fue en el
verano en que cumplían 18 meses, y alardeando de un optimismo exagerado que
rozaba la enajenación mental, pensamos que como eran pequeñitos, irían casi
todo el viaje durmiendo plácidamente y todo sería una balsa de aceite. Epic
fail. ¿Pero cuando han hecho eso mis
criaturas, si ya dormían la siesta a regañadientes por entonces? La mayor
equivocación en ese viaje fue no llevar nada que les pudiera entretener, más
allá de cds de música, que funcionaron como mucho la primera hora, y a partir
de ahí se desató un carrusel de lloros, pataletas, intentos de escapar de la
silla y ataques de nervios por mi parte. Si tuviera que volver a hacerlo, con esa edad
me llevaría cosas para pintar aprovechando que los asientos delanteros del
coche tienen unas pequeñas mesitas abatibles, cuentos y algún muñeco, y me
sentaría con ellos detrás para jugar e intentar que fueran lo más relajados
posibles.
A pesar de mis temores, la verdad es que poco a poco la
cosa va mejorando, y el último viaje veraniego con ellos ya fue mucho más
llevadero. Lo que hicimos fue, como nos
esperaban unos 450 km
de coche, planear una parada a comer más larga, y una paradita corta posterior
para estirar las piernas. Nos pertrechamos de agua, galletas, pan,
juguetes y ese maravilloso invento que son los dvd de coche. La primera parte del viaje fue más o menos
tranquila, viendo dibujos en las pantallas.
Y digo más o menos porque mi niño, con apenas una hora de viaje, ya empezaba con la clásica pregunta de todos
los niños del mundo que van de viaje: ¿Ya
hemos llegado? No veo la playa, ¿llegamos ya? Tarda muuuuchooooo. Y eso
repetido cada 5 minutos hasta que paramos en el área de servicio dónde íbamos a
comer, que para eso mi niño es maño hasta la médula y no deja un tema a medias
así como así, aun a riesgo de dejar a su madre más trastornada de lo que viene
de serie. Capeamos el temporal jugando a
las señales, buscando coches de un determinado color y comiendo palitos de pan.
La siguiente etapa del viaje, siendo que los últimos
veranos viajamos desde Zaragoza a Cantabria, es parar en una gran área de servicio en Logroño, que nos da varias
opciones diferentes para comer, tanto nosotros como los niños, ya que ofrece
bocadillos, menús y platos sueltos, y además tiene una zona de juegos para ellos que viene muy bien, porque se divierten un rato, estiran las
piernas, y con un poco de suerte se cansan.
El problema viene al intentar sacarlos de ahí para volver al coche,
claro, con súplicas desconsoladas de “un ratito máaaaaaaaaaas, por faaaaaaaaaaavoooooooooooooor”,
hechas a grito pelado, por supuesto, que somos maños y la discreción en el
hablar no es lo nuestro.
El año pasado hubo suerte, la técnica funcionó, y tras la
comida y los juegos, con el movimiento del coche, se quedaron dormidos. A la niña le duró la siesta hasta
prácticamente llegar al pueblo de destino, pero el niño, se despertó al cabo de
un rato, y ya el dvd no le servía para entretenerse, así que optamos por un cd
infantil y cantar hasta desgañitarnos, jugar otra vez a las señales, al “Veo
veo” y buscar coches de todos los colores del arco iris. Hicimos una paradita técnica para que papá y
mamá estiraran las piernas e intentaran desintoxicarse de todas las canciones
infantiles que tenían grabadas a fuego en las neuronas, y el nene hiciera pis,
y vuelta al camino.
Cuando ya avistábamos el mar, la niña se despertó y se
puso contentísima de ver que ya casi habíamos llegado, así que se dedicó a aleccionar
a su hermano, con ese tonito de mini madre que ella tan bien sabe poner: “¿Ves,
Marcos? Si te echas una siestecita y te duermes, el viaje es muy corto, porque
te despiertas y ya estás en la playa”, a lo que el niño se defendió diciendo:
“Sí, pero yo he jugado con mamá todo el rato, y hemos visto muchas señales, y
tú estabas ahí aburrida dormida” Y casi
la liamos de nuevo antes de registrarnos en los apartamentos. Afortunadamente, todo quedó en un amago y
pudimos empezar oficialmente las vacaciones.
Y con esto, os deseo felices
vacaciones, que yo todavía tengo maletas por hacer y nuevos juegos para el
camino que inventar. Nos vemos a la
vuelta.
EVA
Wow! Ese paseo estuvo rudo. Yo a los 18meses de mís morochitos viaje con ellos sola (porque mi esposo tenía q trabajar), y nos fuimos los 3 a 875 kms al sur, para disfrutar de las bellezas naturales de Guayana, región venezolana famosa por aunque fauna y flora....y fue uno e los paseos más divertido s que he compartido con ellos, casi llegamos a la gran sábana y mis morochos disfrutaron cada espacio libre de miradores y establos de la carretera. De verdad ellos siempre han sabido adaptarse y ayudarme como si supieran e internalizaran que estamos solos los tres... sólo hay quefa darle sus juguetes preferidos y hablarle del paisaje que ven y eso lo integrarán al recorrido!
ResponderEliminarQue travesía que es el viajar con multiples, artillería de todo tipo tenemos que desplegar los multipadres!!! Por cierto, les hemos dado un premio en nuestro blog, pasen a retiraron cuando quieran, felicitaciones!! Besos
ResponderEliminarjajaajaj esto no lo leí estaría yo de vacaciones jajaajaj, ai madre que estres jajaajajaj
ResponderEliminarPues mira, este año el viaje fue curiosamente tranquilo, con lo preparada que iba yo para aguantar el estrés :P
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