domingo, 9 de junio de 2013

A domir

El momento de dormir a los peques es uno de mis favoritos del día, y al mismo tiempo, uno de los más temidos.
Hasta no hace mucho -dos o tres semanas-, lo normal es que después del biberón de la noche se quedaran lo suficientemente tranquilos que los acostábamos de la misma.

Aunque Mario, casi siempre, daba problemas; por eso lo acostábamos el primero, no sea que despertara al resto. Se solía revolver en la cuna, se levantaba y se ponía a llorar. Acabábamos por levantarlo, mecerlo un pocoLo levantábamos y a la cuna. Y así, varias veces, aunque a veces, ni eso funcionaba y terminaba en una hamaca en la cocina, a media luz, mientras nosotros prepárabamos la cena.
Así que opté por una pequeña estrategia. Empecé a hablarle de camino a la cuna, contándole lo que había hecho en el día, preguntándole qué había hecho él. Por supuesto él no me dice nada ni tampoco creo que se entere de lo que le digo. A veces incluso, me mira como preguntándome qué hago. El caso es que funciona. Imagino que le tranquiliza mi voz, sin importarle que lo que diga tenga algún sentido.
A esto se han unido otras pequeñas rutinas por parte de él, como empujar la puerta para cerrarla una vez que la hemos franqueado -me quedé ojiplático el primer día que lo hizo-. O el cambio de chupete que hace una vez tumbado; se quita el que lleva puesto y se mete en la boca el que siempre dejamos en la cuna. O cogerse su muñeco-manta y taparse los ojos a la vez que se frota la frente.
Esto viene de atrás, de cuando era mucho más pequeño. Por entonces, también guerreaba mucho. Yo me acercaba a su cuna e intentaba tranquilizarle pero él se empeñaba en coger mi mano. Durante un tiempo pensé que era porque quería que le levantara, hasta que un día, visto que no funcionaba y que seguía tirando de mi mano, opté por dejarle hacer. Cogió mi mano, se la llevó a la frente y con movimientos torpes, la subía y la bajaba, como acariciándose. Imagino que recordaba algo que yo había olvidado y que hacía inconscientemente para tranquilizarle, hasta que un día, también inconscientemente, dejé de hacerlo. Así que mientras se va quedando tranquilo, le acaricio un poco la frente mientras le digo, buenas noches Mario. Duerme bien. Últimamente además, me quedo junto a él, acompañando con mi silbo desafinado las nanas que suenan en la radio hasta que salgo sigiloso de la habitación, silbando cada vez más bajito hasta que ya solo queda la música.

Álvar se suele dormir bien. Aunque alguna noche, si está un poco inquieto, empieza a moverse para arriba, para abajo, vuelta y vuelta, refunfuñando. A veces acaba dado la vuelta, hecho un burruño a los pies de la cuna, con un brazo fuera. Así que, rezando todo lo que sé, me acerco, le doy la vuelta y le subo a la cabecera, donde está la banda protectora. Si alguna vez de despierta, lo cojo en brazos y lo acuno. Álvar es muy amoroso para estos momentos. Se acopla a mi pecho como una lapita, escondiendo su cabeza por debajo de mi cuello. Así estoy hasta que noto que su respiración se va relajando y se acerca más al ronroneo de un gato. Ya esta listo para dejarlo en la cuna. A veces él mismo pide, a su manera (que comparte con la de Mario), volver a la cuna. Empieza a revolverse, como si no encontrara postura sobre mi pecho y si no se manejan bien los tiempos, para tenerle en brazos el tiempo suficiente para que se tranquilice pero no demasiado para que se inquiete demasiado, puede acabar en un lloro histérico del que es más difícil salir.

Lara siempre se había dormido bien, pero sobre todo, se despierta bien, contenta, con una sonrisa grande que ilumina toda su cara y mordisqueando con sus dos dientecitos su trapito. Todo lo contrario que Álvar que últimamente grita como un loco, como si se despertara de una pesadilla o le doliera algo.
Pero desde que cambió de dieta nocturna, Lara se pone eléctrica antes de acostarse. Es terminar el biberón y comenzar a revolverse en la hamaca hasta que la sueltas, pedir que la cojas en brazos, bajarse al suelo para trepar a la hamaca, salir gateando como un cohete... Cuando esto ocurre, comenzamos a rezar porque puede ser de esas noches que no se duerme ni a tiros. A veces con un poco de brazos con canturreos varios vale para tranquilizarla, incluso aunque luego se quede cantando sus letanías en la cuna. Pero a veces, en cuanto siente la cuna bajo su cuerpo, empieza a gritar sin posibilidad de consuelo. A veces basta con sacarla a una hamaca y dejarla en el pasillo a oscuras pero cerca de la cocina para que nos vea hasta que se queda dormida. Entonces, con mucha mano fría y nervios de acero, suelto sigiloso el cierre de la hamaca, cojo a Lara y sobre mi pecho la llevo hasta la cuna, dándole por el camino suaves palmaditas en la espalda, resquicio que aún me queda de la época "eructos" y que aún hoy parece tranquilizarles.
Pero a veces tampoco así se queda dormida. Entonces nos miramos Cris y yo, sabiendo que uno o los dos vamos a dormir poco esa noche. Porque a Mario y Álvar es fácil consolarles (como norma general), pero como Lara no se duerma a la primera o, lo que es peor, se despierte por la noche, hay que echarse a temblar.

Si todo va bien, y afortunadamente cada vez mejor, para las diez están ya "sopas". Un poco antes de acostarnos nosotros, pasamos por las cunas a echarles una mantita encima. Momento de extrema tensión porque pueden tener el sueño ligero y en cuanto notan algo extraño como el minúsculo halo de luz que entra al abrir la puerta, o un pequeño roce en sus cunas (es fácil tropezar con ellas cuando se va a oscuras) o, sobre todo, un aumento del peso por la mantita, pueden despertarse, con el riesgo de provocar un lloro múltiple. Así que rezando de nuevo (a este paso, vuelvo a ser católico practicante), agarro la mantita que tienen a los pies de la cuna y les tapo con ella. Camino de la cama, siento cómo un río de placer y satisfacción me recorre todo el cuerpo.

guille

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