Un
milagro doble
Habían
sido tres largos y duros años de tratamientos para la pareja, 5 inseminaciones,
una fecundación in vitro. Ya habíamos decidido que sería el último intento de
fecundación y si no continuaríamos con el proceso de adopción en Colombia.
Habíamos
vivido en una montaña rusa de emociones durante el último tiempo. La emoción de
estar embarazados en cada tratamiento y la tristeza de haberlo perdido cuando
venía la regla era terrible.
Habíamos
creado una asociación, Genera, para ayudar a otras parejas a encontrar la
información que nos había faltado a nosotros. Yo había colaborado con mi
historia con la periodista Ma. Carmen Juan en su libro “No puedo tener hijos” y
eso me había servido de catarsis, de vaciado de sentimientos.
Tenía el
trabajo que había soñado, un marido al que quiero muchísimo, Paco, que deseaba
tanto como yo tener un hijo. Decidimos que ese tratamiento sería el último,
pero sería distinto. No repetí ni uno de los rituales de los anteriores, si me
había quedado en casa durante la espera, esta vez decidí que haría el reposo
mínimo y que volvería a trabajar enseguida para no pensar. Vida normal,
distracciones, y nada, pero nada de ilusiones.
La
transferencia de embriones fue el 24 de septiembre de 2000, día de la Mercè. A
los catorce días todavía no había aparecido la regla y esa noche tenía una
entrega de premios de la empresa en la que trabajaba, muy importante. Así que
compré mi predictor por la tarde, entre la peluquería y el vestido. Por la
noche estaba eufórica, mi maridín, el pobre santo, me llevó a la cena y me
esperó en la puerta y cuando regresamos a casa nos hicimos el predictor y vimos
la rayita rosa enseguida, no nos lo podíamos creer, no quisimos ilusionarnos
hasta que no me hiciera la analítica de sangre al día siguiente. Pero dormimos
felices.
El día 6
de octubre me llamaron del laboratorio y nos confirmaron que efectivamente, la
beta era positiva y que era alta, que repetiríamos la prueba en dos días. Un
amigo que vino a casa para felicitarnos y nos trajo dos pingüinos de peluche,
haciendo la broma de que serían dos o tres. Toda la tarde con la broma.
Repetimos la beta a los dos días y se había disparado. Efectivamente, quedaba
claro que era más de uno, pero hasta la ecografía no pudimos confirmar la gran
noticia.
Estábamos
mi marido y yo que flotábamos… felices… cuando fuimos a la ecografía y nos
dijeron que había dos sacos. Mi sueño se había cumplido: tendría mellizos, como
mi tía, como mi abuela… Siempre nos quedó la duda si habían sido los genes o
los tratamientos los culpables de nuestra doble felicidad!!!!!!!!!!!!!!!
Hoy, para
recordar las emociones de la gran noticia, cogí un diario que llevé durante los
años de tratamiento y conté más de cincuenta páginas en las que pedía que mi
milagro fueran dos.
Paula.
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