Hace unos meses nos tuvimos que enfrentar a una situación
nueva para nosotros, como padres de unos niños muy sanos, a pesar de haber
nacido prematuros, que nunca hasta el momento habían tenido nada más serio que
unas anginas, y es que, debido a problemas que arrastraba en los dos últimos
años, hubo que intervenir a Marcos para que le quitaran las amígdalas, las
adenoides (vegetaciones) y le implantaran unos drenajes en los oídos. Es una operación bastante frecuente en niños,
es sencilla y los resultados muy buenos, pero, como todo, tiene un proceso y
unos síntomas que es bueno conocer.
¿Y cómo llegamos a esto?
Todo empezó cuando Marcos cumplió 3 años y yo vi que su pronunciación
seguía siendo ininteligible para todo el mundo, excepto para mí, su padre y su
hermana, y aún así, en muchas ocasiones no le entendíamos. El pobre además tenía la “mala suerte” de que
su hermana tenía una dicción casi perfecta y pronunciaba correctamente incluso
la “r”, con lo cual las comparaciones eran inevitables para mucha gente y yo
veía que al niño le empezaba a afectar (recordemos, son pequeños, pero no
tontos, y se “enteran” de todo), se frustraba cuando no lo entendían y tenía
frecuentes rabietas por eso. El primer
paso fue llevarle a un otorrino, y después a un logopeda. Del proceso con el logopeda me ocuparé más
adelante, y hoy me centraré en lo que se derivó de la visita al otorrino.
Cuando lo llevamos al otorrino nos dijo que tenía los conductos
auditivos llenos de moco y nos preguntó si había tenido otitis. Efectivamente, había tenido en varias
ocasiones otitis por obstrucción de moco, sobre todo en su primer año de
guardería, en la que comenzó con veinte meses, periodo en el cual tuvo nada
menos que en cinco ocasiones. Parece ser
que el problema es que, durante esos meses de aprendizaje y de formación del
habla, al no oir correctamente debido al moco que obstruía sus oídos, no
aprendió correctamente los fonemas y por eso pronunciaba tan mal. A partir de ahí empezamos una serie de
tratamientos con cortisonas que solo conseguían mejorar parcialmente la
situación, sin corregirla. Así estuvimos
todo el primer curso de infantil, con revisiones cada dos meses, espráis,
gotas, jarabes…hasta que llegó el verano, la playa y la esperanza, ya que la
revisión de septiembre mostraba unos oídos libres de moco. Pero la alegría duró
poco, ya que un mes después, de nuevo estaba igual. Todo esto, además le causaba al niño
dificultades para respirar, sobre todo por la noche, ronquidos, apneas y
problemas para oir claramente apreciables.
Por todo esto, el otorrino decidió que lo mejor era realizar una triple
intervención en garganta, nariz y oídos para extirpar amígdalas, vegetaciones y
poner drenajes en los oídos, de esa forma se eliminaba el moco acumulado y se
prevenía que se volviera a acumular.
Horror…

Pues bien, fijamos la fecha de la operación y empezamos a
preparar a Marcos, explicándole que tenían que curarle los oiditos para que por
fin escuchara bien a la profesora en clase y respirara bien por la noche,
aunque a él lo único que le importaba era que no iba a poder ir a natación en
una temporadita…
Llegó el día la víspera de la operación y preparamos la
logística, pijama, ropa cómoda, cuentos y, por supuesto, el muñeco de Mickey
favorito de Marcos, con el que duerme todas las noches. Pero, ¿Y María? ¿Cómo lo iba a llevar? ¿Dos
días separada de su hermano, con quién había compartido prácticamente todas las
horas del día desde el minuto 1 de su vida? Así que hablamos con ella y le
explicamos lo que iba a pasar y que Marcos y mamá pasarían la noche en el
hospital, y ella se quedaría en casa, primero con la yaya y luego con
papá. No le gustó mucho la idea, porque
no entendía el motivo por el que ella no podía estar con su hermano, pero lo
aceptó.
Muy tempranito el día de la operación, Marcos, yo y Mickey nos fuimos para el hospital, dónde más tarde acudirían papá y la
abuela. Hicimos el trámite de ingreso y
poco después vinieron a por Marcos…pobrecito, estaba asustado y callado, y se
aferraba a Mickey con fuerza. Fueron muy
amables y nos dejaron acompañar a Marcos hasta la puerta del quirófano e incluso
permitieron que Mickey entrara dentro con él.
Nunca se me olvidará la imagen de mi niño tan pequeño en esa camilla tan
grande, seriecito y pálido aferrado a su muñeco…uf.
En torno a una hora después, Marcos volvió a la habitación,
muy pálido y callado, y rompió a llorar en cuanto me vió. Se tocaba la garganta y me decía “me duele,
mami, me duele”, mientras yo lo abrazaba y consolaba. A partir de ahí pasamos el día en el hospital
entre cuentos, dibujos en la tele e intentos infructuosos porque el niño tomara
algo de líquido, además de varias llamadas a María para que no se sintiera sola
o dejada de lado ya que ni sus papás ni su hermano estaban con ella. Nunca habían estado separados tanto tiempo, y
lo acusaba.
Después de una noche no muy apacible en el hospital, con
fiebre y un sueño inquieto por parte del niño, y de asomarme unas mil veces a
su camita a ver si estaba bien, nos dieron el alta y nos fuimos a casita, con
una semana sin cole por delante y muchos zumos, batidos y calditos tibios que
tomar. Esa tarde, después de casi dos
días sin verla, fui a recoger a mi niña al cole, que me recibió con un abrazo
muy fuerte y preguntado si Marcos ya estaba en casa y tenía los oiditos
curados. Cuando llegamos, fue conmovedor
ver como abrazaba a su hermanito y como intentaba cuidarlo…¡parecía que habían
estado separados dos años y no dos días!
A fecha de hoy, después de casi 7 meses de la operación, y
ya sin drenajes, el niño no ha vuelto a tener moco en los oídos, ni obstrucción
de nariz, ni apneas, ni ronca, así que está claro que fue la mejor decisión que
se pudo tomar. Y lo mejor de todo, por fin nos hemos librado de los odiosos
tapones en los oídos, para los que hace falta tener mucha paciencia ¡y un título
de ingeniería superior a la hora de poner!
EVA
EVA
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