Prácticamente desde que me enteré de que iba a tener mellizos una de mis
inquietudes era precisamente cómo sería el parto.
Muy pronto uno de mis hijos encontró el camino de salida y allí se quedó
aguardando el momento. El otro, sin embargo, estuvo dando vueltas bastantes
semanas sin decidirse, hasta que el pobre ya no tuvo espacio para dar más
vueltas y allí se quedó.
Quiso el destino (o mi hijo) que su posición final fuese completamente la
opuesta a la deseada para un parto vaginal. Es decir, su cabeza arriba del
todo.
Así que el médico me recomendó cesárea programada. Mi tía había dado a luz
mellizas, una por vía vaginal y tres horas después y sin conseguir que mi prima
bajase, cesárea de urgencia. Sea por la experiencia contada de mi tía o porque
me fiaba ciegamente de mi ginecólogo, nos fuimos a cesárea programada.
A las 37 semanas mis criaturas no daban ninguna señal de querer salir, ni
media contracción sufrí… y seguían creciendo y creciendo… Así que finalmente,
programamos la cesárea para las 37+6.
Supongo que habrá gente que tendrá un mal recuerdo de su cesárea… No es mi
caso.
El día programado, allí que nos fuimos, yo, mi tripota, mi marido y los
tres abuelos expectantes por ver a los pequeños.
Aún acudieron también mi hermana y mis cuñados con regalitos previos al
acontecimiento y tanta visita sirvió para tener conversaciones diversas y
desviar un poco los nervios…
Por fin, vinieron a buscarme… Ver una cara conocida en el quirófano (mi
ginecólogo) ya que mi marido no podía estar, me sirvió de mucho, pero además,
todos se portaron conmigo de maravilla.
Di a luz en una clínica pequeñita y el nacimiento múltiple se convirtió en
una especie de acontecimiento. Se llenó el quirófano de gente que me daba
ánimos al principio y felicitaciones después.

Salió con mucha energía, llorando mucho, grandote (2.950 y 48cm) y cuando
vieron que todo estaba bien, 2 minutos después, a por el segundo, aún más
grandote (3.020 y 51 cm). Me los acercaron para verlos y besarlos, aunque
todavía no podía cogerlos y con las lágrimas casi ni los podía ver... Y cuando
me cosieron, subimos todos a la habitación.
Y allí, uno de los momentos más intensos de mi vida, desnuditos para hacer
el “piel con piel”… No puedo recordarlo sin emocionarme: tener sobre mí a mis
dos hijos, que un rato antes estaban dentro, notarlos nerviosos y ver cómo poco
a poco los tres nos calmábamos y nos relajábamos... fue increíble.
Al día siguiente yo ya estaba de pie duchándome, sin puntos que retirar
(fueron internos)… una recuperación buenísima. Y sobre todo, con mucho trabajo
por delante… que aún me dura !!
Mayte.
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