miércoles, 25 de abril de 2012

Tengo poderes

La paternidad trae consigo muchas cosas: cambio de prioridades, más responsabilidad, nuevas necesidades, nuevos amigos… Pero también se desarrollan curiosas dotes como pueden ser la omnipotencia, o la capacidad de dar el biberón a un niño con una mano mientras con la otra le sacas los aires a un segundo y con el pie mueves el capazo de un tercero. También se agudizan los sentidos como el oído, capaz de distinguir los sollozos de uno y de otro, así como los rebuznitos de queja, sabiendo diferenciar los que se pasan y los que requieren una visita personalizada hasta la cuna. Pero sin lugar a dudas, la dote más sobresaliente es la invisibilidad. Si durante el embarazo, este poder empezó a gestarse con fuerza pues la madre era la que ostentaba todos los cuidados y atenciones, ahora se ha afianzado y puedo decir que soy invisible, al menos respecto a los niños. Por muchas monerías que haga, por mucho que les diga, por mucho que les susurre, mientras estoy dándoles el biberón, soy invisible. Y eso que me encuentro enfrente de su línea visual, pero ellos prefieren mirar a la derecha, a las líneas negras dibujando flores de los estores o a la izquierda, al rojo de uno de los lienzos de la habitación. Me encuentro en una especie de agujero negro, en la mitad oscura e invisible de un ángulo de 45 grados.

Llegará el momento en que me miren y me reconozcan, llegará el momento en que su risa sea sincera y no una mueca de relajación, como ha llegado el momento de que de sus ojos broten lágrimas. Hasta ahora cada vez que lloraban, berreaban o gritaban, de sus ojitos no caía una sola gota. Estaban completamente secos. Hasta ayer. Fue Álvar a quien se las vi por primera vez. Como es usual en él, cada vez que le pones en el cambiador y siente que le quitas el primer corchete del body, se pone a chillar como un loco. También Mario grita, pero no tanto. Lara se limita a refunfuñar, aunque si te alargas demasiado en el proceso de cambio, también se pone a gritar. Pero lo de Álvar es realmente escandaloso. Cualquier día la policía tira la puerta abajo porque los vecinos se van a pensar que lo estamos matando.
Fue inmediatamente después de cambiarlo. Me lo puse en el regazo, envuelto en la manta de ramitas que le hizo su abuela Cristina, y cuando me disponía a enchufarle el biberón, le vi. Tenía los ojos todo mojados, llenos de agua. "¡Cris, Cris, que los niños ya lloran!". ¡Qué ilu! (Realmente me estoy volviendo completamente ñoño como dicen unos amigos).

Después de estas habrá otras lágrimas, pero estas primeras a buen seguro serán las únicas que producirán en mí una sonrisa de satisfacción.

guille

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