lunes, 28 de noviembre de 2011

LA ODIADA "TRIPLE G"

Septiembre. Mis peques tienen tres años y, mira por dónde, ya empiezan "en el cole de los grandes". El primer día su papá y yo rezumamos de emociones que iban desde el orgullo (pero ¡qué absurdo! Si a los tres años iban a llegar a poco que pusiéramos de nuestra parte) y nerviosismo.

Y allá que te van nuestros campeones: la primera tarde Rubén llegó tan agotado que se durmió antes de llegar a casa. Como era de esperar de niños que han ido a la guardería, la adaptación les fue muy bien. Casi se tuvo que adaptar antes su madre que ellos: nuevos horarios, nuevos preparativos, nuevas obligaciones. Y como los peques lo llevaban tan bien, decidimos llevarlos al comedor (el "menjador") una semana antes de lo aconsejado, que Óscar es muy malo para comer en casa y seguro que en el cole lo despabilan.

El primer día fue bastante bien; esto está chupao. Pero el segundo día... ¡Ay! Las auxiliares del comedor ponen una notita de cómo han comido cada uno de los tres platos: primero, segundo y postre. Y las notas van de la MB de Molt Bé (=Muy Bien), R de Regular, a la G de Gens (=NADA). Rubén tenía una mezcla de MB y R, pero Óscar tenía una calificación de G-G-G; vamos, el equivalente a Bono-Basura del mercado de Deuda. Bueno. Paciencia, que nunca ha sido un gran comedor. Ya cambiará, es pronto.

¿Pronto, para mi muy cabezón Óscar?. Las siguientes semanas el niño estuvo mareando la perdiz como sólo él sabe. No hubo un solo día en que no nos trajera a casa la dichosa triple G. Empezó a estar más canijo de lo normal. Para nuestro desespero, se le empezaron a marcar los huesecillos de la columna. Y aunque ya sabíamos que estábamos entrando en su juego y que nos estaba manipulando totalmente, lo intentamos todo: desde decirle suavemente que tenía que comer, a no hacer caso durante varios días, a reñirle... Nada. El tío seguía en sus trece y seguíamos viendo invariablemente la G-G-G al lado de su nombre. Llegó un punto en que todos: papás, yayos, primos, y hasta las otras mamás del cole, estaban pendientes de si Óscar bajaba del burro o no.

La auxiliar, vecina nuestra, estaba también apurada. Lo intentaba todo: razonar con él, ayudarle, ponerle al lado de los niños más comedores... Nada. Óscar seguía como quien oye llover. Ella creía (y yo también) que, sencillamente, él había cogido el hábito de que en el menjador él no tenía por qué comer. Nos contaba que, a pesar de todo, el niño entraba tan feliz en el comedor. Se lo pasaba estupendamente viendo hacer a los demás, como si comer no fuera con él ¿Cómo atajamos eso?

Un día hice aquello que no hay que hacer jamás: amenazar con algo que no quieres cumplir. Por la mañana, muy seria, le dije que si no comía no iría a la piscina, (que le encanta y además nos cuesta un pico). Cuando vi la G-G-G por la tarde, se me rompió el corazón cuando tuve que dejarle en casa. Lo más irónico es que a Rubén, que entonces no le veía el chiste a eso de la piscina, me lo llevé sin estar él muy de acuerdo aunque él sí había comido bien. Fue como castigarles a los dos.

A Óscar le quedó tan clara la relación causa-efecto que, al día siguiente, nada más salir me vino corriendo diciendo muy ufano: "ME LO HE COMIDO TODO", y señalando el enorme MB con signos de admiración (tal era la alegría de la auxiliar). "MAMÁ, ¡HOY SÍ TENGO PISCINA!". Me dio tal vuelco el corazón, tal alegría, que volvimos a la piscina ese día. Me importó tres pitos estropear el peinado de peluquería recién estrenado: a la porra la laca, que lo primero es mi niño.

Pero tanto la auxiliar como nosotros nos precipitamos al pensar que ya estaba. El lunes siguiente don Óscar volvió a las andadas y nos trajo un nuevo G-G-G, igual que los días siguientes. Os prometo que jamás había odiado tanto tres letras juntas. Ya no sabía qué hacer. Una tarde me enfadé tanto que le eché una santa bronca delante de la profesora. Me vio tan nerviosa que me llevó a un aparte y me comentó que sí, que sabía qué pasaba, que había para preocuparse, y que la dejara a ella. Llamó a Óscar y le echó también la bronca a él. Que ella tenía a niños mayores en clase. Que los niños mayores comen en el menjador, y que si no se iba a portar como un niño grande, iba a llamar a la directora de la guardería para que se lo llevara otro año. ¡Qué lástima me dio mi niño esa tarde! Estuvo muy serio y durmió intranquilo. Suele pasarle cuando ha llevado una situación demasiado lejos, no era la primera vez que lo hacía.

Al día siguiente se rompió la monotonía: vi una R-R-G en la lista que me supo a gloria, y Óscar salió mirando a ver qué le decía. Cuando le felicitamos todos por su proeza se quedó más tranquilo y, por fin, entró en razón. Era lo que necesitaba: romper esa rutina que él solito se había creado en su cabecita, pensando que si no comía no pasaba nada (?). Desde entonces ha aparecido la combinatoria y tenemos de todo: MB, R, y G. Ya sabe que no es necesario que rebañe los platos todos los días, pero hijo: ¡que el comedor cuesta un pastón!

1 comentario:

  1. Que bueno Toñi, es como si lo viera, con esa carita de serio que pone...menos mal que se os solucionó. Yo también he tirado a veces de lo de "si no te portas como un niño mayor, te vuelvo a llevar al cole de pequeños". Y funciona....

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