martes, 19 de octubre de 2010

crónicas de una ex-embarazada

Estar embarazada es muy bonito, un cúmulo de emociones que, al menos a mí, me marcó y que recuerdo agradablemente. Pero como no todo es blanco y negro sino que tiene muchos grises, me acuerdo también de situaciones "parahormonales"; y es que las hormonas pueden ser muy, muy malas...

Por ejemplo: los ataques de hambre. Recuerdo que una vez hice coliflor con bechamel (qué rica me salió, con su queso fundido, mmmmmm!!!) y sobró una ración. Por la tarde, mi abstraída mente no hacía más que volar hacia lo que había en la nevera. Finalmente, un imán me atrajo irremisiblemente a ella, como una autómata metí el plato en el microondas y empecé a engullir como una posesa, poniendo la mano encima del plato como si alguien me lo fuera a robar, y eso que estaba sola; parecía el Gollum del Señor de los Anillos: "esss míooooo, mi tessssorooooo...". Me estaba dando cuenta de que era ridículo, que a mi pobre marido ni se le ocurriría quitarme el plato si estuviera allí, pero no podía evitarlo. ¿Que cómo acabó la historia? Pues, como podréis adivinar, el atracón me sentó como un tiro, y tardé mucho en volver a comer coliflor con bechamel.

Ya he contado que lloré a lágrima viva viendo La Sirenita. También tuve una experiencia lacrimógeno-paranormal cuando buscaba nanas por internet para cantárselas a los niños cada noche, ya en la panza. Por cierto, eso de que los fetos oyen es bien cierto. Después de muchas dudas y moqueos, seleccioné una nana en cuestión y les di la tabarra a los pobres niños cada noche durante el embarazo. Pues bien: la primera vez que los cogí en brazos y les susurré la nana, abrieron unos ojos como platos, los dos. No fue casualidad, fue un momento que no olvidaré jamás.

Recuerdo también que andaba muy aturullada con cualquier cosa, y es que mis neuronas no andaban donde siempre, está claro. Migraron todas alrededor del ombligo, y es hoy en día que no tengo claro si han vuelto todas a su sitio o alguna se ha quedado a vivir allí. Por eso se dio esta situación: fui al dentista a hacerme la revisión. Es el mismo dentista de mi padre, que me pidió que, ya que estaba allí, le pidiera hora para él. "Pues claro, papa. Faltaba más. No te preocupes, que yo te pido hora, ¿eh? Si estoy allí mismo, no me cuesta nada, luego te llamo y te digo para cuándo te han dado...". Me revisan la boca, voy a la ventanilla a pedir hora para la siguiente revisión, (la MÍA) y... ¿alguna de vosotras pidió hora para mi padre? Pues yo TAMPOCO. Muy normal no fue.

Lo de la migración de las neuronas es casi literal, me costaba mucho pensar en algo que no estuviera relacionado con lo que sucedía debajo del ombligo. Podían pasar semanas sin llamar al electricista para arreglar aquel enchufe, y eso que estaba de baja y no tenía más hijos de que ocuparme. O podía comprar tres veces seguidas latas de maíz porque había olvidado que ya había, y olvidar tres veces que había que comprar café.

Y lo de los cambios de humor... Yo ya he descubierto por qué los hombres suelen estar en la parra. Por lo menos, el mío no es que esté a menudo en la parra, es que VIVE allí. Pero, pobrecito, es adaptación pura al medio. ¿Cómo, si no, aguantar a ese ser que una vez fue inteligente, competente, independiente, y seductor y que ahora es olvidadizo, voluble, irritable y que requiere más mimos que un gato? O se abstrae en sí mismo o muere en el intento. Yo, una vez pasado el cabreo por la tontería más grande (no ha puesto la mesa, es un desagradecido y ya no me quiere), reconocía que no había quien me aguantara, que yo me abandonaría a mí misma por insoportable, a llorar se ha dicho y vuelta a empezar...

En fin! menos mal que este mal se pasa en nueve meses o menos.

Toñi

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