lunes, 31 de mayo de 2010

lecturas y frustraciones

Aviso: este post es para mí terapia pura y dura.

Estoy leyendo un libro de Yolanda González Vara, "Amar sin miedo a malcriar". Como todo, hay cosas con las que estoy muy de acuerdo y algunas otras -pocas- que me chirrían un poco.

El caso es que, debido a la lectura, estoy volviendo a revivir mis sensaciones durante los primeros meses de mis hijos. No fueron nada fáciles.

Conste que no tengo en absoluto tendencia a culpabilizarme. Cuando meto la pata o algo no me sale bien, no pierdo el tiempo fustigándome o dándome de cabezazos contra la pared (¿para qué? me hago daño tontamente y, total: siempre gana la pared) sino intentando enderezar el entuerto, seguir viviendo y a otra cosa, mariposa.

Superé un diagnóstico difícil hace cinco años. Mi sangre es un asco, no vale ni para hacer morcillas, pero es la que tengo y no la puedo cambiar. Bueno, sí que puedo, pero haría falta un trasplante de médula y hoy por hoy, nunca mejor dicho, sería peor el remedio que la enfermedad. ¿Para qué, si llevo una vida completamente normal?

Superé un aborto a las 16 semanas sin conocer las causas, con todo el dolor que eso conlleva. Hoy en día es una cicatriz de guerra, pero puedo recordarlo sin entristecerme más que un segundo, aunque siempre seré la mamá de esa nena que no llegó a nacer.

Pero con el parto y la lactancia... ¡ay! Eso no lo tengo superado.

Cuando me quedé embarazada de mis hijos, tuve todo el tiempo del mundo para documentarme. Tenía muy claro que serían prematuros. Lo más grave de mi enfermedad es el riesgo extremo de trombosis en el embarazo, y ese riesgo aumenta cuanto más avanzado está el embarazo. La heparina obró el milagro, y no hubo ninguna complicación de ese tipo hasta que nacieron.

Como cualquier embarazada, yo soñaba con un parto vaginal. También quería dar el pecho, y estaba preparada a luchar a brazo partido contra los "loca! con dos!" que todo el mundo me iba a soltar. Me empapé del método canguro, de la necesidad del contacto inmediato con la madre para instaurar el vínculo, etc, etc.

¿Cuál fue la realidad?

Primer bebé de nalgas; por tanto, cesárea. Primer mal trago. Adiós parto vaginal, adiós contacto inmediato. Pedí a todo el mundo que me mandaran el sacaleches para estimular lo más pronto posible.

Después vino lo peor. Mi sangre, que tan bien se había portado durante el embarazo, empezó a jugármela. Primero fue la infección de la herida. Luego fue un hematoma entre matriz y músculo abdominal que también se infectó. Hubo que operar otra vez para quitarlo. Luego sobrevino un dolor de cabeza espantoso que me tuvo KO unos cuantos días, ya con los niños dados de alta conmigo en la habitación del hospital. Me fui a casa hecha un auténtico asquito, sin apenas ver porque el dolor de cabeza no era lo que dijeron, sino una trombosis venosa cerebral que hizo que me ingresaran de segundas. No es tan grave como un ictus, pero es una trombosis al fin y al cabo. Se trata con sintrom, incompatible con la lactancia que, por otro lado, ya había decidido abandonar.

La consecuencia de todo esto es que no podía estar con los niños todo lo que quería. Adiós método canguro. Tampoco me encontraba bien y sabía que no les transmitía tranquilidad a los niños. Ni a mis pechos, que por más que estimulaba no había forma de que dieran para uno solo de los peques.

Yo no decidí la cesárea y hubo que hacerla, pero no quita que me sienta triste cuando pienso en que yo quería otra cosa, y más cuando estoy convencida que no habría tenido ni la mitad de problemas con un parto vaginal.

Yo luché contra viento y marea para dar el pecho. Y ya sé que yo soy uno de los pocos casos en que no se puede lactar por motivos médicos y que los niños se han criado estupendamente, pero mi frustración sigue ahí. No lo he superado y aún se me humedecen los ojos cuando pienso en lo que no pudo ser.

Está claro que los libros de crianza deben transmitir positividad para animar a las mamás a volver a lo que es natural, pero no puedo evitar pensar en las que quisimos y no pudimos. De alguna forma hacen que me sienta culpable sin serlo, y eso ni es normal en mí ni me gusta.

Perdonad el peñazo, pero es que esto no lo puedo hablar con según quién. Todos intentan "animarme" cuando yo lo que quiero es desahogarme a gusto y punto.

Otra cosa: sigo siendo la Toñi que es como la mala hierba: nunca muere, y de ésta sobrevivo fijo. Tampoco es que esté todo el día dándome la tabarra con el tema ni mucho menos, pero cuando me acuerdo, ¡ay! ¿para qué negar que eso sigue ahí?

Gracias por leer esto (o más bien felicidades si es que habéis llegado hasta aquí. Faltaba más.)

Toñi

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...