viernes, 31 de mayo de 2013

Primera separación: operación de garganta y oídos


Hace unos meses nos tuvimos que enfrentar a una situación nueva para nosotros, como padres de unos niños muy sanos, a pesar de haber nacido prematuros, que nunca hasta el momento habían tenido nada más serio que unas anginas, y es que, debido a problemas que arrastraba en los dos últimos años, hubo que intervenir a Marcos para que le quitaran las amígdalas, las adenoides (vegetaciones) y le implantaran unos drenajes en los oídos.  Es una operación bastante frecuente en niños, es sencilla y los resultados muy buenos, pero, como todo, tiene un proceso y unos síntomas que es bueno conocer.
¿Y cómo llegamos a esto?  Todo empezó cuando Marcos cumplió 3 años y yo vi que su pronunciación seguía siendo ininteligible para todo el mundo, excepto para mí, su padre y su hermana, y aún así, en muchas ocasiones no le entendíamos.  El pobre además tenía la “mala suerte” de que su hermana tenía una dicción casi perfecta y pronunciaba correctamente incluso la “r”, con lo cual las comparaciones eran inevitables para mucha gente y yo veía que al niño le empezaba a afectar (recordemos, son pequeños, pero no tontos, y se “enteran” de todo), se frustraba cuando no lo entendían y tenía frecuentes rabietas por eso.  El primer paso fue llevarle a un otorrino, y después a un logopeda.  Del proceso con el logopeda me ocuparé más adelante, y hoy me centraré en lo que se derivó de la visita al otorrino.
Cuando lo llevamos al otorrino nos dijo que tenía los conductos auditivos llenos de moco y nos preguntó si había tenido otitis.  Efectivamente, había tenido en varias ocasiones otitis por obstrucción de moco, sobre todo en su primer año de guardería, en la que comenzó con veinte meses, periodo en el cual tuvo nada menos que en cinco ocasiones.  Parece ser que el problema es que, durante esos meses de aprendizaje y de formación del habla, al no oir correctamente debido al moco que obstruía sus oídos, no aprendió correctamente los fonemas y por eso pronunciaba tan mal.  A partir de ahí empezamos una serie de tratamientos con cortisonas que solo conseguían mejorar parcialmente la situación, sin corregirla.  Así estuvimos todo el primer curso de infantil, con revisiones cada dos meses, espráis, gotas, jarabes…hasta que llegó el verano, la playa y la esperanza, ya que la revisión de septiembre mostraba unos oídos libres de moco. Pero la alegría duró poco, ya que un mes después, de nuevo estaba igual.  Todo esto, además le causaba al niño dificultades para respirar, sobre todo por la noche, ronquidos, apneas y problemas para oir claramente apreciables.  Por todo esto, el otorrino decidió que lo mejor era realizar una triple intervención en garganta, nariz y oídos para extirpar amígdalas, vegetaciones y poner drenajes en los oídos, de esa forma se eliminaba el moco acumulado y se prevenía que se volviera a acumular.  Horror…
La operación era común y sencilla y el médico un gran especialista en el tema, pero es inevitable asustarse y preocuparse  y sobre todo, pensar en esos padres con niños realmente enfermos, que se someten a operaciones auténticamente peligrosas y que siguen adelante con todo ello, mientras que a mí, por unas amígdalas y poco más, me temblaban las piernas.
Pues bien, fijamos la fecha de la operación y empezamos a preparar a Marcos, explicándole que tenían que curarle los oiditos para que por fin escuchara bien a la profesora en clase y respirara bien por la noche, aunque a él lo único que le importaba era que no iba a poder ir a natación en una temporadita…
Llegó el día la víspera de la operación y preparamos la logística, pijama, ropa cómoda, cuentos y, por supuesto, el muñeco de Mickey favorito de Marcos, con el que duerme todas las noches.  Pero, ¿Y María? ¿Cómo lo iba a llevar? ¿Dos días separada de su hermano, con quién había compartido prácticamente todas las horas del día desde el minuto 1 de su vida? Así que hablamos con ella y le explicamos lo que iba a pasar y que Marcos y mamá pasarían la noche en el hospital, y ella se quedaría en casa, primero con la yaya y luego con papá.  No le gustó mucho la idea, porque no entendía el motivo por el que ella no podía estar con su hermano, pero lo aceptó.
Muy tempranito el día de la operación, Marcos, yo y Mickey nos fuimos para el hospital, dónde más tarde acudirían papá y la abuela.  Hicimos el trámite de ingreso y poco después vinieron a por Marcos…pobrecito, estaba asustado y callado, y se aferraba a Mickey con fuerza.  Fueron muy amables y nos dejaron acompañar a Marcos hasta la puerta del quirófano e incluso permitieron que Mickey entrara dentro con él.  Nunca se me olvidará la imagen de mi niño tan pequeño en esa camilla tan grande, seriecito y pálido aferrado a su muñeco…uf.
En torno a una hora después, Marcos volvió a la habitación, muy pálido y callado, y rompió a llorar en cuanto me vió.  Se tocaba la garganta y me decía “me duele, mami, me duele”, mientras yo lo abrazaba y consolaba.  A partir de ahí pasamos el día en el hospital entre cuentos, dibujos en la tele e intentos infructuosos porque el niño tomara algo de líquido, además de varias llamadas a María para que no se sintiera sola o dejada de lado ya que ni sus papás ni su hermano estaban con ella.  Nunca habían estado separados tanto tiempo, y lo acusaba.
Después de una noche no muy apacible en el hospital, con fiebre y un sueño inquieto por parte del niño, y de asomarme unas mil veces a su camita a ver si estaba bien, nos dieron el alta y nos fuimos a casita, con una semana sin cole por delante y muchos zumos, batidos y calditos tibios que tomar.  Esa tarde, después de casi dos días sin verla, fui a recoger a mi niña al cole, que me recibió con un abrazo muy fuerte y preguntado si Marcos ya estaba en casa y tenía los oiditos curados.  Cuando llegamos, fue conmovedor ver como abrazaba a su hermanito y como intentaba cuidarlo…¡parecía que habían estado separados dos años y no dos días!
A fecha de hoy, después de casi 7 meses de la operación, y ya sin drenajes, el niño no ha vuelto a tener moco en los oídos, ni obstrucción de nariz, ni apneas, ni ronca, así que está claro que fue la mejor decisión que se pudo tomar. Y lo mejor de todo, por fin nos hemos librado de los odiosos tapones en los oídos, para los que hace falta tener mucha paciencia ¡y un título de ingeniería superior a la hora de poner!

EVA

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