Tengo que decir que no soy ni futbolera ni patriotera. Aunque una es rara, pero no tanto, y es difícil no dejarse llevar por el entusiasmo. Y más cuando los chicos no van de dioses y te caen bien.
Cuando empieza el mundial con tantas expectativas piensas "otra vez con lo de la furia de siempre y los toros bravos que no llegan a cuartos". Y van y pierden ante Suiza. ¡Anda queeeee...! Y esta vez te da penita porque, como ya he dicho, este equipo es majete y te cae bien. Y van pasando un partido tras otro, y todos alabando no sólo el resultado sino el buen juego, EL TRABAJO EN EQUIPO y LA HUMILDAD. Que muy hartos estamos los que no entendemos de fútbol de los que se creen quién sabe qué, y de lo que cobran. Cualquiera diría que han descubierto la vacuna del sida o la cura del cáncer.
A lo que iba. A mi versión de los hechos según mi condición de mamá de múltiples de dos años.
Llega la semifinal de Alemania. Como ambos son buenos equipos, mi marido me mira de esa manera que quiere decir, sin soltar palabra, "vamos a cenar una pizza y a ver el partido". Sus deseos son órdenes. Pero llegan los niños y dicen que de dormirse nada, y de dejar ver la tele menos. Consigo salir de su cuarto justo cuando los vecinos gritan GOOOOOL como posesos. No pasa nada, repetirán la jugada doscientas veces y me la sabré de memoria. (Por cierto, vaya crack este Puyol. Con esas melenas al viento dignas de anuncio de gel pa los rizos yo no vería a un palmo de mis narices). Veo el último cuarto de hora un poco decepcionada, porque los alemanes tienen casi todo el tiempo la pelota y pienso que todo el partido ha sido así. Por lo visto no, fue la roja la que tuvo todo el tiempo la sartén por el mango, pero no lo vi. Acaba la cosa con algunos petardos y gritos en la calle, y todos contentos.
La final iba a ser apoteósica. Íbamos a verlo todos juntos en familia, en el patio de la yaya bien fresquitos, peroooo... Rubén nos cae malito. Así que vemos el partido en nuestro comedor, bien cociditos en nuestra salsa y con un entra y sale del cuarto porque no hay manera de hacerlos dormir. Óscar cae, pero a Rubén le deja de hacer efecto el Dalsy y pide brazos. Mejor dicho: pide panza de papá. A todo eso yo ya me he aburrido de ver patadas y golpes, y de no ver una jugada entera sin interrupciones. Llamadme fatalista, pero he cogido el periódico y estoy tranquilamente leyéndolo y esperando los penaltis que, como siempre, íbamos a perder. Fue así como me perdí el gol de Iniesta. Tampoco pasó nada, pasarán cuarenta años y veremos ese gol por todos sitios.
Rubén se asusta con tanto grito y petardo. Se gira a su padre y pregunta "¿qué passsaaaa"? Papá le cuenta que hay unos campeones que han marcado un gol. Y él empieza a cantar PATTEÓN, PATTEÓN, OÉ, OÉ, OÉ. (no es que sea macabro, en su lengua de trapo panteón = campeón, y esa canción es la que les cantamos siempre que se acaban el plato de comida).
A pesar de todo el jaleo en la calle, el Dalsy obra efecto y el peque se duerme, pero Óscar es el que despierta con los petardos y gritos justo cuando íbamos a dormir los demás. Hala, dale mucha agua y tenle en bracitos. El caso es que, será por calor o por susto, el crío vomita a casi las doce de la noche. Y en brazos le tengo una hora aún, que hasta pude ver el beso de Casillas a la novia en vivo y en directo. No me dio envidia, que para eso tenía yo bien abrazado a un tío bien guapo, jejeje!
Y así pasó la noche, con fiebres, calores, vomitonas y mucha alegría. ¡Y eso que no me gusta el fútbol!
Toñi
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